Juníper Serra y el buenismo histórico

Algunos descendientes de indígenas de la alta California, secundados por la habitual pléyade de voceros que descalifican cualquier reminiscencia de la conquista y posterior evangelización de la América hispana, desbarran estos días contra el proceso de canonización del franciscano Miquel Josep Serra Ferrer, esto es, Fra Juníper Serra, atribuyéndole poco menos que la esclavización de los indios que habitaban los territorios en los que fundó misiones franciscanas.

A diferencia de otros procesos de santificación dentro de la Iglesia Católica, al padre Serra no se le atribuyen milagros, sino que fundamentalmente se le reconoce su tarea evangelizadora. Es una canonización, pues, más pegada a las cualidades e imperfecciones propias de cualquier mortal, con lo que Francisco abunda en el proceso de transformación de las figuras de los santos desde un ya arcaico concepto de pureza absoluta -imposible, si de humanos hablamos- al modelo ejemplar de comportamiento cristiano, aun asumiendo las tachas y defectos propios de las personas.

Serra no es santificado, pues, por su perfección, sino por su enorme esfuerzo por transmitir a los californianos los dones y valores de su fe y su cultura y por la veneración que esta labor suscita en Norteamérica y en su Mallorca natal.

Pero es que, además, la identificación de Serra con los usos del poder político a la sazón imperante es errónea e injusta. Hay elementos sobrados que acreditan que Fra Juníper transmitió a los habitantes de California conocimientos de agricultura, ganadería y construcción básicos para su supervivencia y trató de protegerlos de la explotación. El mayor drama humano del encuentro y asimilación de nuestra cultura por parte de los nativos lo constituyó su desprotección frente a los patógenos que los colonizadores transportaban, lo que supuso que sus poblaciones fuesen diezmadas. Imagino que no se pretende culpabilizar a un ser humano por transmitir un virus, concepto inexistente en esa época.

Ahora bien, si nos empeñamos en juzgar los acontecimientos históricos a la luz de los valores morales del siglo XXI, entonces me temo que no va a quedar títere con cabeza.

Esta deformación de la historia, cada día más habitual, se funda, para empezar, en un concepto falso de la evolución de nuestra especie. Los hay que creen que descendemos de los homínidos más solidarios, más justos, más valientes, es decir, de aquellos que encarnan los valores éticos -digamos occidentales, para no liar la madeja- actuales. Y un jamón.

Descendemos de los más insolidarios, que eran capaces de comerse al vecino para sobrevivir, de los que se escondían cuando había un combate entre tribus, de todos aquellos que ponían instintivamente su supervivencia por delante de cualquier otra consideración moral. Los humanos eran pocos, y los solidarios, los valientes y los escrupulosos simplemente morían antes de la edad reproductiva, de manera que hemos heredado los genes de los despiadados y los más inmunes al sufrimiento ajeno, como se encarga de repetir con enorme ingenio y gracia el brillante Emilio Duró en sus conferencias.

De esta forma, la historia de la humanidad es una lucha entre el instinto de supervivencia y la conformación de una moral que surge, fundamentalmente, del próximo oriente y de la tradición judeocristiana, pese a quien pese.

Los antiguos egipcios, los espartanos, los romanos nos parecerían seres aborrecibles de acuerdo con la moral actual. Consentían o promocionaban la esclavitud, eran firmes defensores de la pena de muerte y del tormento, sometían a sus mujeres, maltrataban animales por diversión...

Y, qué pretendemos, ¿acaso juzgarles bajo un código de conducta que no estaba vigente en su tiempo? Hace ciento cincuenta años existían los esclavos en muchas naciones modernas. En la España metropolitana la esclavitud se abolió en 1837 y en Cuba y Puerto Rico entre 1873 y 1886. Mi abuelo materno nació, pues, cuando todavía existían esclavos españoles. En Mauritania, la esclavitud se proscribe en 1980, es decir, anteayer.

Hace sólo 70 años en la civilizada Europa occidental el estado alemán gaseaba a individuos de "razas inferiores". Hace cincuenta años, en algunos territorios de los Estados Unidos había autobuses y baños separados para ciudadanos blancos y negros. Hoy todavía hay una veintena de países que aplica la pena de muerte. Y hablo de occidente, porque si miramos a oriente, los conquistadores españoles trataban mejor a los indios que algunas culturas actuales a sus mujeres, no digamos ya a homosexuales o a enemigos políticos.

En dos o tres décadas, aquí en España, ser aficionado a los toros será casi como hoy defender la superioridad racial, no lo duden, pero en Sudán continuarán arrancando el clítoris a las niñas con una hoja de afeitar.

Pero, hete aquí que el buenismo, haciendo gala con su gran ignorancia histórica, pretende aplicar la moral actual de los países más avanzados al supuesto comportamiento de Juníper Serra con los indios, que por descontado imaginan sólo basándose en sus prejuicios. Ya se sabe que darle leña a la Iglesia Católica es un deporte muy español y si se trata de un proceso de canonización, todavía más.

Claro, estos inquisidores de efectos retroactivos no nos cuentan tampoco cómo se trataban los indios californianos de esa época entre sí, ni de qué valores morales o sociales hacían gala, aunque me temo que la comparación no les fuera muy favorable.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.
Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias