La campaña llega a su final en medio del desconcierto

Caótico fin de campaña electoral. Esperpento tras esperpento. Propio de país alucinante, donde todo está en entredicho, donde no hay nada que se respete seriamente. Me voy a concentrar sólo en dos cosas, para poder profundizar en algo. Primero: el respeto a la Ley. Yo estoy de acuerdo con el ministro Rubalcaba, que es peor quitar a los manifestantes de las plazas, que dejarlos estar hasta el domingo. Pero antes que la opinión del ministro, están las leyes, lo que hemos decidido colectivamente. La nueva ley que acaba de aprobar el Parlamento para regular los procesos electorales dice que la Junta Electoral Central determinará qué se puede y qué no se puede hacer en la jornada de reflexión y la jornada electoral, en base a unos criterios escritos y bien definidos. Pese a ello, el ministro proclama que no va a cumplir con lo que establezcan los jueces que, según la propia Ley que su partido votó, son los únicos autorizados para tomar decisiones en este contexto. Entonces se generan una serie de preguntas: ¿Disolvemos la Junta Electoral? ¿Establecemos que los acuerdos serán respetados cuando los fallos se hagan por una diferencia de más de dos votos? ¿Será el ministro el que decida qué acuerdos de la Junta Electoral se respetan? Pero, aún peor, ¿este movimiento espontáneo propone no respetar las leyes? ¿Qué leyes sí se han de respetar y qué leyes no? ¿La Ley del IRPF la tengo que respetar igual que ellos respetan la Ley que regula el día de elecciones? ¿Quién y cómo decide qué leyes se respetan y cuándo? Mal empezamos cuando aquello que se supone que regula nuestra convivencia no lo respetamos porque sí, porque lo digo yo. ¿Y cuántos tenemos que ser para podamos saltarnos la Ley? Segunda reflexión: los indignados han hecho públicas algunas de sus reivindicaciones. Entre ellas, el voto proporcional en un distrito único. Estoy en desacuerdo con lo primero, que abre la puerta al caos a la italiana y sí con lo segundo. Pero más allá de mi opinión, ¿están diciendo que quieren la desaparición de los partidos nacionalistas? ¿Quiere decir que estas formaciones van a quedar limitadas a las campañas autonómicas? ¿Cómo se decide que en este país desaparezcan los nacionalismos? ¿Basta con la concentración de un número de personas que no llega al 1 por ciento de la población para adoptar un acuerdo de este calado? Otra petición de los protestantes es que no se rescaten bancos sino que se nacionalicen para que sean socialmente gestionados. Esto sí que es divertido: ¿deberíamos hacer que los bancos en quiebra pasen a ser órganos gestionados, por ejemplo, por una mezcla de impositores, empleados y gestores y que sus beneficios vayan a obra social? Pero es que esto es lo que eran las cajas de ahorros que hemos arruinado porque han sido gestionadas irresponsablemente, mientras los ciudadanos, incluso los indignados callaban. ¿La solución, entonces, es que sigan igual, como cajas? ¿Que les demos dinero a los que han arruinado las cajas para que sigan igual? Otro punto del manifiesto, bastante ingenuo, propone un reparto del trabajo con reducciones de la jornada laboral hasta hacer que el paro alcance el 5 por ciento. Es una idea a contemplar, pero si a mí me reducen mi jornada laboral para que otra persona pueda acceder a mi empleo ¿he de cobrar lo mismo que antes? La suma de los dos trabajadores que ahora haríamos el trabajo que antes hacía yo solo, ¿cobrará más que antes? ¿Si cobran más que antes, quién financia esto? Y, si cobramos lo mismo, ¿creen de verdad que habrá suficientes solidarios en España, o hemos de imponer la solidaridad con los parados? ¿Y qué les decimos al 5 por ciento de parados que se quedaría sin empleo tras aplicarse este modelo? ¿Cómo se eligen? Todo esto es tan alucinante que indica que estamos viviendo una cierta descomposición del país; esto empieza a adquirir ribetes de espectáculo, algo impropio de un país donde deberían existir cauces para resolver los problemas, para escuchar las inquietudes. En buena medida, es el resultado lamentable, pero previsible, de la acumulación de políticos incompetentes que no resuelven  problemas y, no menos importante, de un pueblo que ha aplaudido a rabiar todas las tonterías que nos han llevado a este caos, del que no será fácil salir. O al menos, sin heridas profundas.

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