Todo se puede aprender en la vida. Un mínimo de inquietud y de escucha a su interior más íntimo pueden ser suficientes para cerciorarse del protagonismo exclusivo del ser humano en el desarrollo y maduración de la propia vida. El Evangelio según Tomás (ET) constituyó para mí un gran descubrimiento. Estaba ante ‘la experiencia religiosa individual’ en palabras de Augias y ante un texto que ponía ‘su énfasis en la búsqueda personal de Dios’ en expresión de Pagels. Justo lo que estaba buscando.
El punto de partida, expresión de una gran ‘fuerza espiritual’, reza así: “Dijo Jesús: ‘Cuando engendréis lo que hay dentro de vosotros, esto que tenéis os salvará, pero si no lo tenéis en vosotros, esto que no tenéis en vosotros os dará muerte?” (ET, 70). La grandeza de esta enseñanza me parece que radica, precisamente, en que “no nos dice qué es lo que tenemos que creer”. El cristianismo no es, a mi entender, una religión de creencias, sino de experiencia, de vida, de comportamiento. Algo muy diferente a la Iglesia institucional que acabó imponiéndose hasta nuestros días. Jesús, en realidad, “nos reta a descubrir lo que está escondido dentro de nosotros mismos”. Tan trascendental es esta enseñanza que “el que busca no debe dejar de buscar hasta que encuentre” (ET 2).
Como mencioné en la colaboración Esto no va, no arranca (RD), Jesús, en respuesta a sus discípulos, les dijo: “Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin” (ET, 18; cf. Mt 20, 20-23 y Gén 1, 3). Clarísima alusión al momento de la creación (Gén 1). Francisco, en su Homilía de 7 de febrero de 2017, reiteró esta misma enseñanza: para aprender lo que es el hombre a los ojos de Dios, dejó dicho, es necesaria una ‘vuelta a los orígenes’, al principio de los tiempos, al relato del Génesis. Está meridianamente claro que no estamos ante una enseñanza herética (gnóstica) sino cristiana, sin reparo alguno al respecto. Al filo de la aludida enseñanza del papa argentino, expondremos, en la siguiente colaboración, el contenido existente en nuestro interior más íntimo.
Para entender en su pleno alcance esta enseñanza cristiana que nos transmite El Evangelio según Tomás, me parece imprescindible tener en cuenta que “nos encontramos en medio de un mundo mucho más diverso y más complicado de lo que cada uno de nosotros” podría imaginar, que, por otra parte, habría que tener presente “los intereses políticos que configuraron el movimiento cristiano en sus primeros tiempos” y que Tomás “recoge además otros mensajes que parecen derivarse de una tradición diferente de la transmitida por los evangelios sinópticos”, sin excluir, incluso, la probabilidad de que Juan y Tomás recibiesen en privado enseñanzas del propio Jesús.
Al decir de Elaine Pagels, el apóstol Tomás enseña algo diferente a Juan: “que la luz de Dios no solo brilla en Jesús sino en cada uno de nosotros, al menos potencialmente. El Evangelio de santo Tomás anima al oyente no tanto a creer en Jesús, como exige san Juan, sino más bien a buscar el conocimiento de Dios a través de la propia capacidad, que es un don de Dios, ya que todos hemos sido creados a imagen de él”. Al contrario de Marcos y Lucas (Jesús vendría al ‘final de los tiempos’), Juan y Tomás, según Pagels, enseñan que Jesús “dirigió a sus discípulos hacia el principio de los tiempos -hacia el relato de la creación que figura en el Génesis- e identifican a Jesús con la luz divina que nació ‘al principio’. Santo Tomás y San Juan dicen ambos que esta luz primera conecta a Jesús con el universo en su totalidad… “.
Sin embargo, el Evangelio según Tomás insiste en una conclusión bastante diferente: “que toda la humanidad comparte la luz divina encarnada en Jesús, ya que todos estamos hechos a imagen de Dios”. Esta enseñanza me parece irreprochable a la vista de Gén 1, 26-27: Dios fija el origen y el destino o función del ser humano. En esta línea es muy revelador, como subraya la misma Elaine Pagels, que “santo Tomás expresa lo que mil años más tarde llegó a ser un tema central del misticismo judío -y, posteriormente, del misticismo cristiano también-: que la ‘imagen de Dios’ está escondida dentro de cada uno de nosotros aunque la mayoría de los seres humanos sigue sin ser consciente de su presencia” (cfr. ET, 51).
He aquí, pues, fundamentada la capacidad, la fuerza, la energía, el espíritu, el alma (¿), verdadero don divino, que todos llevamos dentro, que percibimos en forma de deseo y anhelo (San Agustín) y, a partir de ella, todo es posible en el camino espiritual. No necesitamos de ninguna otra cosa. Nos basta la libertad de los hijos de Dios y grandes dosis de coraje personal para seguir adelante ‘hasta que encuentre’ (ET, 2).
Gregorio Delgado del Río