Añoranza de la RKO

Durante varias décadas, la RKO Pictures fue una de las grandes majors de Hollywood, junto a la Metro Goldwyn Mayer, la Paramount, la 20th Century Fox o la Warner Bros. Ahí estaban también la Columbia, la Universal o la United Artists, haciéndonos soñar igualmente con sus películas en blanco y negro o en Technicolor.

De las citadas ocho majors, la primera en entrar en crisis y en desaparecer sería la RKO, en 1959, pero antes de su adiós nos dejó obras maestras como King Kong, Ciudadano Kane, Sospecha, La mujer pantera, ¡Qué bello es vivir! —que distribuyó—, Los amantes de la noche o Encubridora, entre otras muchas.

Con posterioridad a su disolución oficial hubo varios intentos para intentar resucitarla, con diferente fortuna, aunque desde hace unos años hay en funcionamiento una pequeña compañía que lleva también las siglas RKO y que podría ser considerada la heredera lejana de la productora original, si bien su alcance real es bastante menor que el de su ilustre antecesora.

Al haber tenido desde niño una simpatía muy especial por la RKO, sus películas y su logotipo —esa mítica antena emitiendo señales sonoras en la cima del mundo—, a veces he fantaseado ya de adulto con la idea de poder llegar a adquirir algún día la actual compañía epígona para, seguidamente, convertirme en productor, emprender proyectos cinematográficos cada vez más ambiciosos y triunfar en todos ellos, para intentar volver así a los buenos viejos tiempos de gloria y esplendor de la antigua RKO Pictures.

Es posible que se trate tal vez de una fantasía personal a lo mejor un poco excesiva y descabellada —como casi todas las mías, por otra parte—, pero creo que podría ser perfectamente factible o realizable si yo dispusiera de una pequeña fortuna más o menos apañadita, en la línea de la que seguramente deben de tener un Jeff Bezos o un Elon Musk.

En mi gran corporación empresarial habría, además, una división aeronáutica, pero no para construir cohetes como mis dos queridos colegas multimillonarios, sino sólo para comprar aviones y refundar la extinta aerolínea Pan Am, que recompondría únicamente para volver a escuchar aquí y allá la sonoridad y la belleza de su evocador nombre, que siempre me encantó.

Habría aún un tercer proyecto, este ya algo más local, que sería la compra, acondicionamiento y reapertura de varios cines de Palma, como el Metropolitan Palace, los Multicines Chaplin o la Sala Astoria, todos ellos muy queridos por mí. Pero me temo que debería de actuar con algo de celeridad, sobre todo en el caso del Metropolitan, antes de que el Ajuntament de Palma ejecute la demolición prevista y dicho cine desaparezca ya para siempre.

Cada uno de estos tres proyectos podría ser bautizado, poéticamente, con el título de otra gran película de la RKO, Retorno al pasado. Y sería quizás así porque en el pasado me encuentro a menudo un poco más a gusto que en el presente, al igual que le ocurría a uno de los personajes protagonistas de la excelente El crack cero, del maestro José Luis Garci.

«Yo nunca quise ser de esta época de m*****. Al contrario, lo que he querido siempre es salirme de ella. Siempre me ha gustado el pasado. Desde niño. ¿Y sabes por qué? Porque el pasado es un país distinto, pero tranquilo, donde no te dan la lata», le decía Rocky (Luis Varela) a Germán Areta (Carlos Santos) en una secuencia que transcurría en los días previos a la Navidad de 1975. «Rocky, este tiempo se ha terminado. Y el que viene va a ser mucho mejor. Ya lo verás», le respondía Areta, tal vez en el fondo no del todo convencido.

En cierto modo, los dos tenían razón, pero ahora, casi cincuenta años después, suelo distraerme del triste momento político e histórico presente viendo casi cada noche no las noticias o los debates, sino algún gran clásico de mi añorada RKO.

 

 

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