Hace ya algunos años, fue hallada una cápsula del tiempo bajo una columna de la fachada de la Catedral de Ciutadella, que en aquel momento se estaba restaurando.
El nombre mismo de «cápsula del tiempo» parecía sugerirnos, sobre todo a los profanos en la materia, que nos encontrábamos tal vez ante un objeto sumamente misterioso y extraordinario. A algunos de nosotros ese nombre nos evocaba, además, imágenes de algunas de las máquinas futuristas que habían sido ideadas en los dos últimos siglos por reconocidos autores como Julio Verne, H.G. Wells o H.P. Lovecraft.
Sin embargo, según explicaba la prensa local en aquellos días, la realidad era, en principio, algo más prosaica, pues la cápsula del tiempo encontrada entonces era en realidad una pequeña botella, de unos doce centímetros de longitud, que guardaba en su interior una moneda de plata del rey Carlos IV de 1795 y también un diminuto pergamino enrollado, que inicialmente no pudo ser extraído de ese recipiente.
Aun así, todo apuntaba a que ese minúsculo papel contendría algún tipo de mensaje, seguramente sobre cómo podía ser la vida en Ciutadella a finales del siglo XVIII o a principios del siglo XIX. Para intentar salir de dudas, se envió aquella botella al laboratorio del Instituto del Patrimonio Cultural de España, pero finalmente el pergamino no fue analizado, ante el riesgo de que al intentar tocarlo o examinarlo se desmenuzara por completo.
Así que nunca llegamos a saber cuál era el posible mensaje o aviso que había en el interior de esa botella. Personalmente, creo que hubiera sido fantástico poder descubrirlo, porque uno de los principales objetivos de las antiguas cápsulas del tiempo era, precisamente, ofrecer información acerca de su propia época específica, con la finalidad de que esa información pudiera ser recuperada varias décadas o siglos después por las generaciones futuras.
En la actualidad, nuestras «cápsulas del tiempo» serían las imágenes fotográficas, cinematográficas o televisivas antiguas que hoy podemos volver a ver, las grabaciones fonográficas introducidas en los primeros satélites de la NASA o las informaciones de carácter histórico que podemos buscar y encontrar en nuestros móviles o en nuestros propios ordenadores personales.
En principio, esas imágenes y esos aparatos no corren el riesgo de llegar a desmenuzarse, o no al menos del mismo modo en que lo haría un pergamino decimonónico, aunque sí pueden ser víctimas de la persistente y abnegada labor destructora de «hackers» y piratas informáticos.
Con independencia de esos posibles pequeños contratiempos telemáticos o de los distintos avances tecnológicos actuales, yo creo que hoy nos sigue fascinando igual que ayer descubrir lejanos vestigios físicos de nuestro pasado, como por ejemplo las antiguas cápsulas del tiempo, para a continuación intentar averiguar qué secretos esconden o guardan en su interior.
Será que en el fondo, y a pesar de los siglos, los seres humanos no hemos cambiado tampoco tanto.