El Círculo Balear ha pedido a José Ramón Bauzà, el presidente del PP, que haga de la lengua un motivo de confrontación, cosa que este y anteriores líderes de este partido han evitado hasta ahora. ¡Lo que nos faltaba en un entorno totalmente crispado y absurdamente virulento! La lengua, un referente clave en la cultura, pero que no es definidor del ser humano, tiene la particularidad de tener raíces muy profundas que tocan nuestra identidad. Por ello, los conflictos en torno a ella generan pasiones que no se ven en otros ámbitos, ni siquiera en cuestiones más importantes como el paro, la igualdad de oportunidades o los derechos humanos. En este entorno tan pasional, yo me atrevería a decir que la mayor parte de los ciudadanos de Baleares quiere una convivencia pacífica: que se enseñen las dos lenguas, que se hablen las dos, que no haya nadie que no conozca la otra lengua, aunque sin imposiciones, que haya tolerancia y que sean vehículos para el diálogo y no para la confrontación. Este camino obliga a contener a los excluyentes, tanto en un sentido como en otro. Eso, que queda muy bonito, ha sido violentado mil veces por dos lados: de una parte, por un espíritu peyorativamente llamado “mesetario”, que trata al aborigen mallorquín como si fuera un poco inferior, que habla algo extraño, carente de valor e indigno de respeto. Una actitud que se traduce perfectamente en aquello de “a mí me hable cristiano”, como si lo demás fuera algo despreciable. También ha sido pisoteado por quienes, tozudos e implacables, han convertido al catalán en su única obsesión, en la razón de su vida, ignorando la evidencia de que el castellano es una lengua necesaria, útil y práctica en el mundo actual; quienes han convertido al catalán en un fin -en algunos casos para otros objetivos políticos-, más que en una herramienta. Y ahora, para que esta tormenta sea perfecta, empezamos a dibujar la pata que nos faltaba: un colectivo que, a partir de ciertas consideraciones razonables, defiende la confrontación y el enfrentamiento en favor del castellano y que sea posible la enseñanza en una única lengua. En esta batalla es mucho más fácil encontrar la intolerancia ajena que proponer la apertura propia; es más sencillo acusar que dar ejemplo. El futuro de Baleares exige inevitablemente que las dos lenguas convivan, que nuestros hijos las conozcan perfectamente y que se minimicen los radicalismos que acentúan la tensión en lugar de fomentar los puntos de encuentro. La línea de la convivencia es muy delgada, pero merece la pena seguirla. Nos va en ello la posibilidad de concentrarnos en otros debates más rentables, como la calidad de la educación, el desarrollo de la economía, la protección de los más desfavorecidos, la preservación del medio ambiente, etcétera.





