Para entender bien lo que ha pasado con el invento de Eurovegas primero debemos informarnos y documentarnos a conciencia. Baste para ello con ver del tirón las películas “Uno de los nuestros”, “Casino” y “El Padrino”. Con estos datos, seremos capaces de contextualizar los parámetros empresariales y éticos del tal Sheldon Adelson, con el agravante de que este siniestro personaje ni siquiera trata de parecer un buen actor.
El mezquino fantoche llegó a España aprovechando la desesperada situación de seis millones de parados prometiendo crear 280.000 empleos. A cambio de su tramposo milagro, exigió que los poderes públicos de todo nivel y condición se postraran ante él y le aseguraran que toda la Meseta sería suya si traía su megalómana basura a España.
Exigió cambios en las leyes antitabaco, rebajas vergonzosas en el impuesto del juego (usted hubiera pagado 20 veces más que él), cambalaches urbanísticos… y cuando hubo obtenido todo de las autoridades solícitas y genuflexas, el caprichoso magnate decidió que su avaricia aun no estaba satisfecha.
Al negarle el COI a Madrid la organización de los JJOO del café con leche in Plaza Mayor, el tal Sheldon pensó que debía aprovechar el desencanto y exprimir aun más a las instituciones españolas y madrileñas. Debía subir la apuesta, sabiendo que en su mundo siempre gana el sinvergüenza y el caradura porque juega con las cartas marcadas.
La última vuelta de tuerca fue poner encima de la mesa una propuesta que sería el sueño de todo empresario sin escrúpulos, la utopía del depredador, el retrato más exacto de la bajeza moral y de la ruindad sin límite. Esa propuesta consistía en la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias.
Dicho de otra manera, el trilero venido a más proponía que su incierta y fantasmagórica inversión estuviera blindada por los poderes públicos o, para entendernos, que si sufría pérdidas en su purulento negocio nos iba a tocar a los contribuyentes indemnizarle. No obstante, si obtenía beneficios, no se crea que le iba a llamar para darle su parte.
Y tan impresentable exigencia, indigna hasta para Joe Pesci, se acompañaba de una exigencia no menos repugnante, como es que los supuestos 280.000 puestos de trabajo pudieran ser ocupados por trabajadores que no tuvieran permiso de trabajo ni los papeles “en regla”.
Eso quiere decir, ni más ni menos, que al tal Adelson le importan los trabajadores lo mismo que una boñiga de vaca del desierto de Nevada, si es que en el desierto de Nevada hay vacas y, por tanto, boñigas.
Adelson pretendía ocupar esos 280.000 puestos de trabajo supuestamente legales con trabajadores de aquí o de allá, pero sobre todo con trabajadores baratos, sin capacidad de reivindicar sueldos y condiciones laborales justas, que para eso los quería sin papeles.
España tenía ya los pantalones en los tobillos porque a cambio de humillarse y humillarnos se iban a conseguir 280.000 empleos. Esos empleos lo eran todo, y todo era poco por conseguirlos. Y hasta cierto punto uno puede comprenderlo. Pero no todo vale.
Yo estoy convencido de que todo el proyecto de este auténtico jeta era humo, pura y dura especulación, pura y dura suciedad.
De llevarse a cabo su pesadilla, los puestos de trabajo iban a ser tan precarios y en tan malas condiciones que Abraham Lincoln hubiera tenido que resucitar para recordarle a su compatriota que la esclavitud fue abolida hace algunos años tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo, aunque haya países y multinacionales que no se hayan enterado.
El resultado del tira y afloja entre Adelson y las instituciones políticas ha acabado con el resultado esperado. Adelson se va con la música a otra parte, porque incluso para esclavizar y engañar hay países más baratos que España, países más tolerantes con todo lo que mueven los garitos de juego, por muchas lucecitas que les pongan.
A diferencia de lo que sucedió en Villar del Río, no creo que nadie considere que nos debe una explicación, y que esa explicación que nos debe nos la vaya a pagar. Pero lo cierto es que me parece que no hace falta. Adelson no es Marshall, y en su dinero está el estigma de la indignidad, por lo que jamás debería haber sido recibido con alegría, alegría que debe producirnos el verle pasar de largo.
Nos abandona. No somos lo suficientemente indignos para él. Los 280.000 puestos de trabajo que decía iba a crear los tendremos que crear solitos, añadiendo los 5.720.000 que Adelson no se vio con desvergüenza suficiente para prometer. Mejor. Porque no necesitamos parches, milongas ni cuentos.
Necesitamos generar empleo estable y de calidad, y eso no es una cuestión de azar, sino de esfuerzo, de investigación, de valor añadido en empresas serias y solventes, grandes, medianas y pequeñas, con trabajadores formados, comprometidos y convenientemente protegidos.
A veces tocar fondo es la única manera de levantarse. Y si el fondo del abismo, el sifón de la más recóndita cloaca era Sheldon Adelson, ahora solo podemos ir a mejor, y darnos cuenta de que lo que es demasiado bonito y demasiado fácil suele ser o un espejismo o una estafa.





