Hoy es miércoles de ceniza y empieza la época de la purificación del cuerpo y del alma: la Cuaresma. Son los días de ayuno y de abstinencia de ingesta de carne. También, de abstinencia de relación carnal, ni auto satisfactoria ni compartida. Y eso que solo hace unos días que miles de persones han pagado su entrada para ver en pantalla grande las 50 sombras. Hemos calentado la olla y ahora, hacemos realidad aquel dicho “donde pongas la olla, no pongas…”.
Abstinencia, continencia, penitencia son sustantivos que nos adentran en la vida más íntima y desconocida del individuo. Son decisiones unipersonales que, desde hace mil años, intentan las religiones del Libro imponer a sus fieles. Judíos, musulmanes y cristianos compartimos un tiempo anual de ayuno y renovación interior. Todos los hijos de la Biblia, del Talmud y de la Tora, deben limpiar su espíritu y su cuerpo en un día o una época determinada en el calendario religioso. Deben alejarse de las tentaciones sexuales y negarse todo tipo de placeres. La tradición nació por motivos de salud. El ayuno es, incluso hoy en día, muy recomendado para conseguir una excelente calidad de vida. Ayuda a reducir las enfermedades cardiovasculares y renales, la diabetes y previene los cánceres gastrointestinales. De hecho, incluso los no creyentes, si que creen en la renovación física que limpia el cuerpo y la sangre de impurezas provocadas por la contaminación alimentaria. En eso estamos todos de acuerdo. Donde hay discrepancia es en el ayuno sexual. El Carnaval es la época anterior a la Cuaresma que permite los excesos del cuerpo y de la libido, pero la gran mayoría de los mortales no quiere renunciar al placer por una imposición religiosa. En Córdoba, en el año 900, los mozárabes regentaban tabernas en las que, durante el Ramadán y la Cuaresma se vendía vino y se podía obtener los servicios de una mujer. Cristianos y musulmanes se deleitaban con estos placeres carnales. Lo mismo ocurría en los cenobios y en las iglesias, donde religiosos de la cruz se entregaban a la más pura jodienda aprovechando que, en muchas casas de la parroquia, se ayunaba por imposición y por aparentar ser más santa que la santa del calendario. Pero volviendo a casa, al Borne, los historiadores nos recuerdan las bacanales que se montaban nuestros bisabuelos en un local de moda en el siglo 19. Eran tan escandalosas, que tardaban los 40 días de la Cuaresma en volver a salir a la calle para no cruzarse con los amigotes a los que habían enseñado sus partes pudientes, así se decía, mientras fornicaban sin decoro ni medida en los salones del teatro.