Ya estamos acostumbrados a la transformación de los datos de audiencia o votaciones para convencernos de que incluso los perdedores han ganado. Cada cual busca el ángulo de lectura que le permita superar al adversario de cara a la galería, aunque sea mentira. Si uno no saca la mejor puntuación recurre a un mayor crecimiento comparativo, a una penetración más amplia respecto a un sector de población o en núcleos urbanos determinados. La filosofía es, sino soy el más grande al menos seré el más guapo o el más afortunado, el más alto o el más listo. Nada que ver con la realidad.
Bien, en el fútbol empieza a suceder lo mismo. La cosa empezó con las clasificaciones provisionales y afirmaciones como “fulanito dormirá líder” cuando todavía no se ha disputado toda la jornada y que suele desembocar en líder por un día, como el concurso de belleza que presentaba Mario Cabré en la televisión de los 50, aun en blanco y negro. Cierto que hay quien duerme en cabeza o también en descenso, lo que es igual de tonto aunque más triste. Después pasamos a los “menganito cumplirá 260 partidos en no sé dónde”; claro, y mañana 261, 262 y así sucesivamente.
Buscar un clavo al que agarrarse es humano. A nadie le gusta rodar cuesta abajo y encima sentirse culpable. En lo que llevamos de temporada y por lo que respecta al Mallorca no hay día en que no resalte la estadística. Que si imbatido toda la primera vuelta, que si tantos partidos más y récord al canto, pero nadie recuerda que tanta hazaña se minimiza por si sola al recordar las circunstancias y la categoría en que se consiguen tales resultados. Estos datos dejan frío a cualquiera que haya disfrutado dieciséis temporadas consecutivas en primera división y solo pueden entusiasmar a Maheta Molango y sus acólitos que no han conocido categoría superior. O si, aunque la perdieron. Deberíamos ser más serios y puestos a no resistir la tentación de presumir de números, cualquier recuento debe ir acompañado de un análisis coherente, de lo contrario contribuimos al autoengaño.





