Los regímenes democráticos no se descomponen -salvo en el caso de golpes de estado violentos- de un día para otro. Venezuela no pasó de ser uno de los países con la renta per cápita más elevada de América a la miseria actual de la noche a la mañana. Ni siquiera los cubanos intuyeron que aquel floreciente paraíso del Caribe, con unas posibilidades de desarrollo extraordinarias, degenerase en la macabra dictadura comunista que es hoy, cuyo único logro ha sido el empobrecimiento general y el exilio de cientos de miles de cubanos. Estos procesos son lentos y difícilmente perceptibles o mesurables a priori.
Normalmente, comienzan con una convocatoria electoral en la que triunfan las sencillas recetas populistas de algún iluminado frente a la inacción o desidia de los partidos de raigambre democrática, y continúa con un goteo de medidas que, si bien inicialmente sorprenden o hasta indignan a un sector minoritario, el políticamente más movilizado de la ciudadanía, acaban asentándose y produciendo un efecto anestésico en la conciencia de la inmensa mayoría de la población, que lo acaba digiriendo todo hasta que ya es demasiado tarde.
Al principio, Pedro Sánchez pasaba por ser únicamente un político narcisista más, un pavo real de la izquierda encantado de haberse conocido, sin que, en su primera campaña, diera muestras de su peligro real. Pero, tacita a tacita, el madrileño ha ido administrándonos su pócima paralizante y llevándonos al inmundo territorio político de embustes, chanchullos y traiciones en el que se siente como pez en el agua.
Ayer mismo escuchaba en la radio una noticia de actualidad que, de forma más o menos literal, venía a decir lo siguiente: La Fiscalía no encuentra indicios de criminalidad en la actuación de David Sánchez y solicita al juez el archivo de la causa.
La traducción al castellano de 2025 es, sin embargo, esta: La Fiscalía -otrora, General de Estado y, luego, General del Gobierno- privada de Pedro Sánchez ignora todo indicio de criminalidad relacionado con cualquier persona con vínculos de consanguinidad, afinidad, militancia o servidumbre con Pedro Sánchez y exige al juez -fascista de tomo y lomo- que archive de una (p.) vez la causa, so pena de acudir al Tribunal Constitucional de Pedro Sánchez para que este emita la sentencia que a su presidente y amigo de Pedro Sánchez le dicte Pedro Sánchez.
¿Exagerado? Quizás sea una solo una caricatura de la realidad, pero en ningún caso un delirio. El problema del emponzoñamiento de la democracia es que, cuando los ciudadanos se adaptan a ir tolerando toda una inacabable serie de desmanes, desde los pactos con terroristas, la amnistía de golpistas, el pago a delincuentes por mascarillas inutilizables e inutilizadas, los apagones generalizados e inexplicados, el latrocinio activo y el lenocinio pasivo del entorno de confianza del Presidente del Gobierno, la oficina de empleo para amantes, queridas, concubinas y compañeras de afecto negociable de los cargos del partido gobernante y un larguísimo etcétera, suele ser ya irreversible.
Y no será que en España no tengamos espejos históricos en los que mirarnos. La ilusión de muchos ciudadanos por el advenimiento de la II República en 1931 y su primera etapa reformista se tornó, apenas dos años después -en algunos aspectos, incluso antes-, en la evidencia de que la izquierda jamás consentiría que su juguete antimonárquico y revolucionario cayese en manos de la derecha, por más que ésta le hubiera vencido democráticamente en las urnas (con el voto de las mujeres, por cierto). A partir de ahí, hicieron todo cuanto estuvo en sus manos para cargarse cualquier embrión de democracia parlamentaria plural y para acabar convirtiendo la república en el esperpento de violencia desatada, criminal y totalitario que fue derrotado en la Guerra Civil, lamentablemente, por otros violentos y totalitarios del lado opuesto, que esa es otra historia.
Sabemos, pues, cómo surge y evoluciona la gangrena. No tendremos perdón posible si quienes somos conscientes de ello consentimos que vuelva a emerger en la política española.
Un comentario
La población está entre perpleja y anestesiada por los continuos desmanes y atropellos de Sánchez. No hay día que no provoque algún estropicio. No da tiempo al personal a reponerse del altercado cuando ya ha montado otro. Y así, sucesivamente. Diariamente. Ese tipo sin escrúpulos es La Mentira con Patas.
Y el rojerío patrio, con tal de que no gobierne la derecha lo da todo por bueno y se lo perdona, haga lo que haga. En cuanto al resto de la población, gente generalmente moderada y prudente, no es dada a movilizarse y menos a manifestaciones violentas o a cometer desórdenes públicos. Y eso beneficia enormemente al farsante. Si lo que hace él lo hiciera el Galleguito Rampante las calles estarían incendiadas desde hace un par de años.