Salvo él mismo y sus doctores, nunca sabremos cómo evolucionó el asma de Chris Froome en la pasada Vuelta a España. En anteriores películas con idéntico argumento y guión, el protagonista jamás ganó. Lo relevante es que si en todos los deportes se aplicaran a los controles anti doping con el mismo celo y rigor que actúa la Unión Ciclista Internacional, -es pura coincidencia que sus siglas coincidan con las de la Unidad de Cuidados Intensivos-, probablemente tendríamos que inhalar el polvo y los ácaros salidos de debajo de no pocas alfombras. Y conste que, en efecto, todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. El problema es que los análisis prueban lo contrario.
Es cierto que cuando nos referimos al mundo de la bicicleta profesional, llueve sobre mojado y si hasta en la tienda de la esquina saben lo que hay o deja de haber, los médicos, los enfermeros y los dirigentes también lo saben. Autorizados o no, hasta en categoría de juveniles se prescriben estimulantes para que las jóvenes promesas alcancen tiempos con los que llamar la atención de las grandes firmas comerciales, único y verdadero sostén de ambas ruedas. Hasta que no se impliquen seriamente los propios deportistas, sus entrenadores, sus familias y los directores deportivos de sus equipos, seguirá existiendo el peligro o, si lo prefieren la lacra. O quizás, si algún día una cabeza preclara decide que no es buena filosofía la de conjugar victoria y récord. Para bien del deporte, pero sobre todo para la salud física y mental de los deportistas, porque un día es la bronquitis, otro la gripe y, casualmente, nunca una diarrea.






