Agencia EFE: «Un 6,5 por ciento de los adolescentes y los jóvenes en España ha intentado suicidarse». Se trata de un estudio con estudiantes de 10 a 20 años, y resulta que el 13,7% presenta síntomas manifiestos de ansiedad, y el 13,1% de depresión. La noticia es bastante alarmista: como señala Pablo Malo, no diferencia entre ideación suicida y suicidio consumado. Pero eso le permite afirmar que el riesgo suicida (ideación suicida) es más del doble en el caso de las chicas que de los chicos cuando la realidad es exactamente la opuesta: se suicidan el doble de chicos.
Hace unos meses Javier Padilla, Secretario de Estado de Sanidad, reconoció que se suicidan muchos más hombres, pero lo atribuyó a su masculinidad tóxica. Eso les pasa por dejarse sumergir en el patriarcado y no dejarse descontaminar por el feminismo de género. En ese momento estaba siendo muy premiada la serie Adolescencia, que también denunciaba la presencia de un machismo toxico en las redes, capaz de inflamar a los adolescentes y de llevarlos al asesinato. En la serie se podían escuchar los términos «manosfera» (una especie de submundo machista y misógino encargado de esparcir rencor contra las mujeres) e «incel», chicos a los que su machismo los ha condenado a ser célibes involuntarios, lo que aumenta su rencor. El mensaje que Padilla y la serie transmiten parece ser que, una vez que los hombres se liberen de la masculinidad toxica, las cosas empezaran a funcionar mejor, e incluso quizás dejen de ser incels. Spoiler: no, no dejarán de serlo.
Porque el mercado del emparejamiento se ha complicado notablemente. Y la culpa es de un hecho altamente benéfico, la consolidación del acceso de la mujer a todos los niveles del mercado laboral. Porque (según dicen) el tamaño importa, pero importa aún más el estatus. Resulta que las mujeres tienden a emparejar hacia arriba, y ahora que su propio estatus se ha elevado encuentran menos candidatos disponibles. Esto ha provocado una serie de efectos, y el primero es que el mercado de emparejamiento está hoy dominado por un pequeño porcentaje de hombres de alto estatus. El segundo, consecuencia directa de lo anterior, es que hay una masa de hombres condenados al celibato; a ser incels.
Entonces la cruel secuencia que afrontan muchos hombres es esta. Primero reciben el mensaje de que son machistas y violadores en potencia, «manosféricos» y repletos de masculinidad toxica; a continuación, no se comen una rosca; y entonces se les cuelga la etiqueta infamante de «incel», que parece una contracción de «no mojas porque eres imbécil». Ah, y si después de todo esto se suicidan viene Padilla a recriminarles post mortem que es por culpa de su masculinidad tóxica.
En fin, volviendo a la noticia de EFE, está claro que tanto chicos como chicas adolescentes (la Generación Z) lo están pasando regulinchi. Es lo que Jonathan Haidt y Greg Lukianoff llevan denunciando desde hace tiempo, que desde 2010 se ha producido un rápido aumento de los niveles de ansiedad y depresión en los jóvenes, y que en 2015 la curva se ha hecho aún más empinada. Ambos lo atribuyen a la llegada del Smartphone y las redes sociales, y a la correlativa disminución del juego en persona. A fin de cuentas los humanos aprendemos a socializar jugando, y también a resolver los conflictos sociales. Cuando este juego desaparece, nos convertimos en seres más débiles y vulnerables. Porque hay que recordar que los humanos somos antifrágiles: el contacto no nos rompe sino que nos endurece.
El caso es que la generación precedente, los millennials, tampoco lo están pasando bien. Viven en una situación de precariedad, incapaces de encontrar vivienda y formar una familia (eso si encuentran pareja). Realmente la lucha de clases ha sido sustituida por la lucha de generaciones, y en esta película los boomers somos los plutócratas y los millennials los proletarios (o el precariado, como lo llama Peter Turchin). Nosotros tenemos casa y buenas pensiones (los políticos no paran de mimarnos por la cuenta que les trae), y ellos sólo tienen incertidumbre. Dirán ustedes que el problema se solucionará cuando los boomers vayamos muriendo, pero tampoco es así (aparte de que tampoco tenemos prisa): en ese momento la fractura intrageneracional volverá a abrirse entre aquellos que heredan y los que no.
Ante esta perspectiva no pueda sorprender que las nuevas generaciones tengan un aprecio menor hacia la democracia liberal, sistema que, pueden creer ellos, los ha condenado a la ansiedad, al celibato y a vivir en casa de los padres. La situación como ven es altamente inestable.





