Los viajeros no sospechaban la existencia de tribus primitivas dentro del perímetro de la civilización, pero lo que prometía ser una inspección rutinaria se convirtió en una sorprendente aventura. Habían ido a comprobar el funcionamiento de las escuelas de cierta región, pues sus resultados dejaban bastante que desear. Los alumnos leían con dificultad, y mostraban escasas habilidades matemáticas. Además, se habían recibido quejas desde asociaciones de padres; niños extrovertidos se volvían súbitamente tímidos, y se reportaban casos de acoso. ¿Qué estaba ocurriendo? Para sorpresa de Yana Toom –la estonia que lideraba la expedición- la casta dirigente indígena los recibió mucho recelo, y les asignó unos vigilantes que los acompañarían en sus investigaciones, vigilarían el desarrollo de las entrevistas que se proponían realizar, y - esto no lo avisaron- intervendrían cuando las preguntas fueran excesivamente incómodas. El centro del problema parecía estar en un procedimiento educativo traumático llamado “inmersión obligatoria”, que más parecía una de esas desagradables ahogadillas que los bromistas practican en las piscinas. Mediante la inmersión, algunos niños eran privados del derecho a aprender en su lengua materna, con el previsible descenso de su rendimiento escolar y el incremento de sus inseguridades. "Pero eso es como si alguien va a vivir a Alemaniay se quejan de que las clases sean en alemán”, argumentaban los vigilantes, pero el ejemplo no era correcto: era como si a un alemán, en una región de Alemania, se le impidiera estudiar en alemán. Porque la lengua proscrita en las escuelas era la lengua común del país, y en realidad la cosa era peor aún: a los alumnos cuyos padres hablaban la lengua común se les transmitía que ésta era una especie de estigma que convenía ocultar y superar. “Es que nuestro idioma está perseguido y amenazado y tenemos que protegerlo”, se justificaban los vigilantes. “No lo está en absoluto”, escribían los viajeros en sus informes, “y por supuesto no se pueden proteger las lenguas a costa de los derechos de las personas”.
Y después se entrevistaron con padres valerosos que se habían enfrentado con la casta gobernante de la tribu. Habían pedido que sus hijos recibieran la enseñanza en la lengua común, y habían sufrido persecución por ello. Incluso se había denegado la enseñanza en su lengua materna a niños con autismo. Los viajeros, horrorizados, accedieron a mensajes en los que algunos padres se ofrecían voluntarios para apedrear la casa de los niños cuyos padres habían protestado, que además eran compañeros de sus propios hijos. Las castas gobernantes de la tribu, no sólo no habían impedido el acoso infantil, sino que lo habían estimulado. De este modo comprobaron que la región estaba contaminada por una religión tribal a la que -como si de un culto a Moloch se tratase- no dudaban en sacrificar a los niños. Y a todo esto, recordaron los viajeros, ¿no se había manifestado ya la justicia sobre este asunto? ¿No había dado la razón a los padres, y había obligado a impartir la lengua común en determinados porcentajes? Pues sí, pero la tribu, que se estaba alejando progresivamente de la civilización, ignoraba la ley y la justicia. Pero esto no puede ser, exclamaban escandalizados los viajeros mientras los vigilantes los miraban, torvamente, en silencio. Y cuando la delegación salió de la última escuela la esperaba un grupo de exaltados aborígenes que gritaban y los increpaban llamándolos “fascistas” y “racistas”, a pesar de que estas descripciones parecían encajar mejor en los que las proferían.
Cuando volvieron a la civilización, y contaron su experiencia, sus oyentes se resistían a creer lo que escuchaban. Eso que nos contáis no puede ser verdad, decían. ¿Cómo toleran en ese país que un grupo de salvajes vulnere los derechos de los niños, sacrifique su rendimiento escolar, los acose, los apedree, y encima se salte la ley y las decisiones de los tribunales? Pues no habéis oído lo mejor: su presidente pacta con ellos y redacta leyes ad-hoc para rescatarlos de la justicia. Pero ¿qué clase de país es ese? ¿Son borregos? No, sólo ranas que nos hemos ido cociendo a fuego lento en este maligno disparate.





