La asistencia sanitaria está en su mejor momento. Nunca, a lo largo de la historia, la atención de los enfermos ha tenido a su disposición una cantidad de conocimientos y medios tan ingente como en la actualidad.
Las razones con obvias. Los avances científicos biomédicos son constantes. La salud conforma una de las áreas del conocimiento más dinámicas y productivas. Sus profesionales son reputados y reconocidos y la sociedad dedica a salud una parte muy significativa de sus presupuestos.
Sin embargo, en pleno cambio de ciclo, con una economía globalizada, con una deslocalización creciente de las empresas, con la “asiatización” de los salarios y con una transferencia de rentas del trabajo a las de capital, el mantenimiento del estado del bienestar es cada vez más complicado. En realidad, este escenario es tan insano para los ciudadanos como la propia falta de enfermedad.
Con todo y a pesar de todo, la asistencia sanitaria se ha mantenido con solvencia en plena crisis económica y laboral soportando sustanciales problemas de sostenibilidad.
Una vez se empieza a ver la luz al final del túnel, en contra de lo esperado, el sector avanza hacia su peor crisis. Y lo hace por dificultades no relacionadas con los medios sino con la falta de confianza con la propia administración.
La deriva radical de un Govern entregado a sus apoyos minoritarios está azotando a sus propios profesionales. Técnicos que llevan más de dos décadas trabajando en la sanidad pública han sido excluidos de las listas de aspirantes a la macro oferta pública de empleo por no presentar un certificado de conocimiento del catalán. Las convocatorias para investigadores con animales de experimentación cierran el paso al talento por la misma razón.
En esta misma línea, solo faltaba la vergonzante intervención de una presidenta del Govern mal asesorada, en sede parlamentaria, despreciando la meritocracia y dudando del compromiso y competencia para las jefaturas médicas no vinculadas al clientelismo. La misma que permite el reciclado de cargos políticos en técnicos y la intervención en la cadena de nombramientos públicos, sin que se note más de lo necesario; sólo falta ajustar el relato.
Por ello se ha instalado una crisis de confianza por falta de ejemplaridad.
Una administración pública que cercena liderazgos destinados a cambiar y modernizar la cultura de la organización, que genera incertidumbre, crea obstáculos al talento, aboca al retraso a la imprescindible renovación y reforma del sistema sanitario. El pillaje se ha instalado en la política de recursos humanos de un Govern que afrenta al talento asistencial, investigador, directivo y académico.
Y esto, amigos, no puede ser bueno ni para la sociedad, ni para los ciudadanos, ni para los profesionales, ni para la propia gobernanza del sistema.