La población ya está acostumbrada a los mareantes vaivenes de la conselleria de Salut durante la presente legislatura. Hasta la fecha ya han habido tres consellers y el movimiento de sillas entre altos cargos de departamento ha sido espectacular, casi increíble.
Se trata, con creces, de la conselleria más difícil del Govern. El mantenimiento de la red sanitaria pública es carísimo y está plagado de dificultades. Sobre todo en tiempos como los actuales, marcados por la austeridad, la deuda pública y entre un enorme esfuerzo por enjugar el déficit. Y la exigencia es máxima. Cuidar de la salud de miles y miles de personas requiere un esfuerzo a veces sobrehumano y poco comprendido por el resto del cuerpo social. Pero el hecho es que las listas de espera son a menudo desesperantes y el propio ritmo frenético de funcionamiento de este sistema público hace que las contradicciones entre los equipos directivos salten con más virulencia que en otras dependencias gubernamentales.
Aún así, la actual legislatura arrancó demasiado tensa en Salut. Los anuncios de cierres de hospitales, como el General y Caubet, y la evidencia de los recortes encresparon a los profesionales. Hubo sonadas protestas. La consellera Castro acabó casi desquiciada y su sucesor, Antoni Mesquida, prácticamente arrojó la toalla él mismo al poco tiempo de ocupar el cargo.
Ahora está al mando el joven Martí Sansaloni, que trabaja denodadamente para imponer un alto nivel de exigencia a los 14.000 profesionales que en diferentes categorías y estamentos están al servicio de la sanidad pública. Se trata de una estructura de una gran complejidad. Un mal cálculo o una orden precipitada o voluntarista en la cúpula hace chirriar toda la estructura. Así se explica que hayan partido o hayan sido cesados tantos altos cargos.
Si hay una conselleria donde el tacto, el profundo conocimiento de la red pública, la experiencia y la serenidad son fundamentales, este es el caso de la Salut. Aquí no valen ni experimentos frívolos, ni improvisaciones, ni caprichos. Si no se funciona a la perfección y con equilibrio extremo, llegan las disensiones, la incomprensión y las dimisiones.
De momento, este mal del baile de sillas se ha vuelto endémico, prácticamente incurable, en los últimos tiempos. Y eso es muy preocupante.





