Mientras los aromas de mil perfumes publicitados empalagaban nuestros sentidos, reapareció don Mariano y nos despertó del letargo televisivo. No debería sorprendernos un traspié más del presidente del Gobierno, a los que nos tiene acostumbrados, si no fuera porque en esta ocasión reconocería que el escenario de incertidumbre política vivida en España no se ha despejado, tras su abrupta investidura.
Tenemos antecedentes de ejecutivos sostenidos por las minorías nacionalistas, pero nunca antes la gobernabilidad dependió del acuerdo entre las dos fuerzas mayoritarias, mientras ambas miran de reojo a los partidos noveles, que están al quite para ocupar su hueco. Esa búsqueda permanente de espacio propio, a caballo entre el sentido de Estado y la mera supervivencia, está generando complejas alianzas y llenando de perplejidad al electorado, aunque convencido de que en 2017 no habrá cita con las urnas, ni en Cataluña.
Para rizar el rizo, ninguno de los partidos con grupo parlamentario propio está libre de tensiones internas, con luchas fratricidas abiertas o subterráneas, pero que les distrae del responsable ejercicio del poder o de controlarlo. Es indiscutible que el cainismo se está asomando amenazador por las cuatro esquinas del Congreso, provocando que sus señorías no distingan el mensaje original del alternativo o la reacción meditada de la obligada por los acontecimientos.
En este ambiente es más difícil distinguir en el inquilino de la Moncloa el error disculpable de una traición del subconsciente. Sobre todo, cuando de inmediato salieron en tromba sus escuderos culpando del desliz a los ágapes de la Navidad, cuando se le suponía capaz de enfrentarse a la ardua tarea de lograr el consenso con sus adversarios.
No sería malo, aunque sí impropio de nuestra administración política actual, que todos los partidos estuvieran preparados siempre para superar la reválida. No en el sentido que hemos padecido durante el año que termina, con una campaña sinfín, sino por un concepto de la responsabilidad pública que trasciende al periodo electoral. Es obvio que muchas han sido las interpretaciones que ha suscitado el discurso pronunciado por Rajoy en Torrejón de Ardoz, pero nadie ha planteado que fuera un compromiso de permanecer en estado de revista toda la legislatura.
A día de hoy, lo único que se puede predecir en torno a una posible convocatoria anticipada, que probaría nuestra inmadurez democrática y despertaría nuevamente el fantasma de la recesión, es que no se producirá antes del próximo 3 de mayo, fecha en la que se cumplirá un año de la última disolución de las Cámaras y límite temporal impuesto por el apartado 3º del artículo 115 de la Constitución.
Mientras tanto, redactaré también una carta para que los Magos de Oriente llenen sus alforjas de sensatez, porque nuestros representantes la necesitan más que el agua de mayo.