Las fotos familiares

«Las fotos familiares suelen mostrar rostros sonrientes. Nacimientos, bodas, vacaciones, fiestas de cumpleaños de niños. La gente hace fotos de los momentos felices de su vida. Cualquiera que mirara nuestras fotos concluiría que hemos tenido una existencia dichosa y de ocio, libre de tragedias. Nadie hace fotografías de las cosas que quiere olvidar», afirmaba el malogrado Robin Williams en la muy interesante y notable película «Retratos de una obsesión» (2002), dirigida por Mark Romanek.

En la actualidad, aún seguimos teniendo la costumbre de querer inmortalizar, con una cámara o con un móvil, algunos de aquellos momentos en apariencia felices de los que hablaba el gran Robin Williams en la citada película. Con esa loable finalidad se hacían, por ejemplo, las antiguas fotos familiares, que guardadas luego en hermosos álbumes de papel nos iban mostrando en cada una de sus páginas cómo habíamos ido creciendo, poco a poco, mes a mes, año a año, desde nuestra lejana estancia en la cuna hasta llegar finalmente a la mayoría de edad.

De ese modo, cuando lo deseábamos, podíamos volver en cierto modo de nuevo a nuestro pasado y recordar cómo fuimos o cómo éramos en nuestra infancia o en nuestra adolescencia, o cómo eran quienes eran ya adultos entonces. Al mismo tiempo, podíamos rememorar también cómo decorábamos nuestras casas, o cómo íbamos vestidos, o cómo eran algunas calles o zonas de nuestra ciudad o de otras ciudades en aquellos hoy ya lejanos años. A veces, al fijarnos un poco más en tal o cual imagen en apariencia llena de felicidad y de alegría, incluso podíamos llegar a descubrir en nosotros mismos o en algún familiar un inesperado halo de tristeza o de melancolía en algunas de esas miradas dirigidas al objetivo fotográfico.

En ese sentido, seguramente debe de ser verdad que una cámara puede atrapar de algún modo el espíritu o el alma de las personas, como creen algunas culturas antiguas. Quizás también sea cierto que, como mostraba «Retratos de una obsesión», en el seno de cada familia nadie hace fotografías de las cosas que en principio desea olvidar. Pero aun así, repasando a veces nuestros respectivos álbumes familiares, podemos llegar a encontrar hoy la clave de en qué momento dejamos de ser quizás dichosos o felices, o a lo mejor intuir el posible motivo por el que en un determinado momento de nuestra vida estuvimos casi a punto de dejar de sonreír con ternura o de soñar.

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