Las palabras que curan

Desde que nacemos, vivimos rodeados de personas, de objetos y de sonidos, pero sobre todo de palabras, aunque nosotros aún no podamos utilizarlas en nuestros primeros meses de vida. Con un poco de suerte, quienes están entonces a nuestro lado no sólo nos cuidan, nos miman y nos abrazan, sino que también nos repiten una y otra vez que nos quieren, nos cantan nanas y nos recitan cuentos —o rondaies—.

En torno al primer año de vida, siendo aún unos bebés, solemos comenzar ya a hablar, lo que nos permite ir dejando atrás poco a poco la risa o el llanto como casi nuestros únicos modos de comunicación. Con nuestras primeras palabras, «papá», «mamá», «pis», «caca», «tata», «gato», empezamos ya a entender un poco mejor el mundo y quizás también empezamos a entendernos un poco mejor a nosotros mismos. El siguiente paso, un tiempo después, suele ser ya aprender a leer y a escribir.

De ese modo, al cabo de unos pocos años, todavía en la infancia, conocemos ya cientos de palabras, con las que podemos expresarlo prácticamente todo, incluidos también nuestros anhelos y nuestros sentimientos más profundos. A partir de la adolescencia, suele haber un segundo cambio, igualmente bastante crucial, que es que cada uno de nosotros se va decantando por el uso preferente de unas palabras y no de otras, que es algo que en cierto modo también nos va configurando como personas.

Esa decantación hacia el uso de determinadas palabras se acentúa quizás ya definitivamente en la edad adulta. Partiendo de ese hecho, sin duda resulta especialmente agradable poder hablar con personas que optan por utilizar habitualmente palabras o expresiones respetuosas y que además exponen sus reflexiones de manera sosegada y tranquila, en las antípodas de quienes con su acritud o su intransigencia pueden llegar a provocarnos una cierta angustia o ansiedad cada vez que dicen algo o que escriben un tuit incendiario en su perfil de Twitter. Para intentar evitar esa posible incomodidad anímica, a partir de cierta edad muchos de nosotros solemos buscar ya sólo la compañía de aquellas personas que con sus acciones, sus palabras o su manera de ser pueden conseguir que nuestra estancia en este mundo sea o nos parezca un poco mejor.

En relación a esa última idea, pienso que hay palabras que, cuando las escuchamos o las decimos, en cierto modo nos protegen o incluso pueden llegar casi a sanarnos física o psíquicamente, sobre todo cuando llevamos acumuladas ya algunas heridas y cicatrices importantes en el alma. En ese sentido, me gusta recordar que el escritor Álex Rovira publicó hace ya algunos años un muy interesante libro con un título en esa misma línea, «Las palabras que curan», que llevaba la siguiente dedicatoria: «A la buena gente, que cree en el poder del amor y en el poder de la palabra y actúa en consecuencia para hacer de este mundo un lugar más habitable».

Seguramente, cada uno de nosotros tiene sus palabras o expresiones favoritas, a modo de pequeño bálsamo o de reconfortante alivio para el espíritu. Algunas de las mías serían «gracias», «lo siento», «no pasa nada», «perdóname», «habla sin miedo» o «todo irá bien». También lo serían aquellas ideas que deberían poder concretarse siempre en la vida real, como «libertad», «democracia», «tolerancia», «empatía», «compasión», «justicia», «indulgencia» o «moderación». A todas esas expresiones e ideas añadiría hoy otras, en especial tras este último año y medio de pandemia, como «vacunas», «aplausos», «esperanza», «investigación», «responsabilidad», «futuro» y «sanación».

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