Nos acercamos a la campaña electoral y, como siempre, los gobiernos intentan inaugurar lo que han hecho durante el mandato, mientras que la oposición defiende que no se utilicen los medios públicos para vender la imagen de quien será un competidor electoral. Llama la atención como, tras un cambio de gobierno, la antigua oposición pasa a defender y hacer lo contario de lo que pregonaba antes, mientras que el gobierno, convertido en aspirante, replica las posturas antiguas de su rival. Nada nuevo en sí, salvo que tras varios años de democracia, sería necesario que se abandonen estos rituales bastante ridículos y que nos ofrezcan una propuesta madura en la que únicamente se presente a la sociedad lo que sea razonable, lo que coincide en el tiempo, lo que es lógico. Esto sería un ejercicio de madurez que nuestros políticos podrían ofrecernos. Pero, si no lo hacen porque crean en ello, hay un argumento absolutamente poderoso: tanto el Matas de 1999, como el Antich de 2003, como el Matas de 2007, como la Nájera de 2003, como la Cirer de 2007, todos perdieron las elecciones pese a hacer grandes anuncios, inaugurar televisiones, abrir trenes, presentar óperas. ¿Será que los ciudadanos no creen en nada que se presente a última hora?
