Siempre me han gustado las luces de Navidad, en especial las que cada mes de diciembre podemos ver en fachadas, balcones, puertas, jardines, ventanas, escaparates o terrazas de miles de ciudades, a veces iluminando un árbol o un belén ubicados en el exterior, y otras veces componiendo figuras decorativas en forma de renos, campanas, ángeles o estrellas. Esas luces parecen decirnos que durante estas fechas muy posiblemente podríamos ser bienvenidos no sólo en cada recóndito café, en cada pequeño colmado o en cada maravillosa juguetería, sino también casi en cada casa y en cada hogar.
La nieve suele ser también otro elemento propio de las Navidades en determinadas latitudes, en especial en los países del centro y del norte de Europa, en Estados Unidos y en Canadá, en donde los silenciosos y discretos copos caen suavemente en bosques, montañas, valles, grandes urbes o pequeñas poblaciones quizás algo olvidadas. En nuestro país hay también muchas Navidades en las que nuestras tierras más septentrionales se cubren igualmente con un hermoso y luminoso manto blanco. Y a veces, con un poquitín de suerte, ocurre también lo mismo en algunos preciosos pueblos de nuestra no siempre mediterránea y soleada Mallorca.
Esos paisajes y esos espacios nevados nos suelen parecer de algún modo un poco más navideños que otros geográficamente tal vez algo más próximos o algo más soleados. Esa bucólica sensación quizás provenga del recuerdo de las postales navideñas que enviábamos o recibíamos durante nuestra infancia, en donde solían ser mayoritarias las imágenes en que la nieve era la gran protagonista, en dura pugna con las tarjetas en donde salían preciosos nacimientos, Papá Noel o Santa Claus con sus renos y sus trineos, o los Reyes Magos con sus pajes y sus camellos, o quizás sus dromedarios.
Una de mis fantasías en aquellos ya lejanos años infantiles era llegar a pasar una Navidad en algún pueblecito castellano, centroeuropeo o británico, que yo me imaginaba casi perennemente nevado y lleno de luces navideñas, como de cuento de hadas profundamente melancólico y nostálgico. En esa recurrente fantasía infantil navideña, que todavía hoy sigo manteniendo, me imaginaba además debidamente resguardado del frío en una cabaña o en una pequeña casa con chimenea, leyendo mayoritariamente libros de filosofía, comiendo dulces con moderación y escuchando canciones de Navidad, sobre todo norteamericanas, que desde niño han sido siempre las que más me han gustado.
Si esa fantasía navideña se hiciera finalmente realidad algún día, algunas de las composiciones que escucharía cada noche junto a la chimenea serían «The Christmas song», en la voz de Nat King Cole; «Have yourself a merry little Christmas», en la versión de Bing Crosby; «I'm dreaming of a white Christmas», interpretada por Frank Sinatra; «Let it snow! Let it snow! Let it snow!», cantada por Dean Martin, o «Somewhere in my memory» y «Christmas star», del maestro John Williams. En realidad, ya las estoy escuchando durante estos días, en estas primeras noches heladas de diciembre, imaginándome que lo hago junto a una chimenea, que afuera está nevando y que estoy comiendo algún pequeño dulce con frugalidad y moderación. Seguramente, decenas de miles de personas están haciendo también durante estas jornadas algo casi igual o muy parecido.
Más allá de los villancicos, de la nieve y de las luces navideñas, hay ahora de nuevo mucho que celebrar en todo el esperanzado e ilusionado mundo cristiano, tanto para quienes son creyentes como para quienes no lo son. En estos pocos días que aún faltan para que llegue una nueva Navidad, tenemos de nuevo todos la oportunidad de darnos una especie de tregua a nosotros mismos y de intentar encontrar en nuestro interior instantes o destellos de luz y de paz. En estas fechas hay siempre, además, algo especial que se percibe en las frías horas nocturnas y en las noches completamente estrelladas, algo que facilita que pueda haber un recogimiento y una introspección mayor.
Ojalá podamos disfrutar todos de estas Navidades, que seguramente pasarán de nuevo demasiado rápido, como ocurrió ya con las que vivimos en nuestra infancia o en nuestra llegada a la edad adulta. Mis otros dos deseos personales vinculados a estos días estarían quizás ya más dirigidos hacia el futuro, con la esperanza de que se puedan repetir año tras año, invariablemente, sin cesar. Sí. Ojalá haya siempre luces navideñas y villancicos en miles de ciudades de todo el mundo. Ojalá nieve también siempre al llegar la Navidad.