Durante un tiempo de mi vida viví en Madrid y gran parte de mi carrera empresarial transcurrió a caballo con esta ciudad. Sin embargo, hacía muchos años que no me tomaba un respiro para dejarme envolver por el ambiente de sus calles, por las boutiques de Serrano, el aroma de La Latina o la ópera en el Bellas Artes.
Estos días he tenido el placer de volver a disfrutar de esta grandiosa ciudad. Sus calles te inundan el alma y sus rincones te acogen como si hubieras nacido en ella. Aquí nadie es extranjero, porque Madrid tiene la magia de hacernos sentir en casa, como si nos hubiera parido.
En este mes, cuando el calor comienza a ceder y nos acercamos al otoño, la ciudad luce especialmente hermosa. Nos invita a recorrer sus calles, vibrantes de turistas y de historias, deseosos todos de descubrir sus entrañas.
¡Qué diferente se ve la vida cuando la contemplamos con los ojos de la calma, del sosiego y de la grandiosidad que Madrid siempre nos regala!
Y quizá ahí está la enseñanza: la vida es como una gran ciudad que nos sorprende en cada esquina. A veces caminamos con tanta prisa que no vemos los detalles, los matices, la belleza escondida en lo cotidiano. Nos acostumbramos a correr de un lugar a otro, a tachar tareas, a cumplir objetivos… y en esa velocidad dejamos escapar lo más valioso: la experiencia de estar vivos.
Madrid me recuerda que siempre hay un momento para detenerse, respirar y mirar con otros ojos. Que no hace falta esperar a grandes viajes o acontecimientos extraordinarios para maravillarnos; basta con abrirnos a lo que nos rodea, incluso en nuestro día a día. Cada esquina puede ser una oportunidad para descubrir algo nuevo de nosotros mismos, para recordar de dónde venimos y hacia dónde queremos caminar.
Volver a una ciudad donde has vivido y trabajado también es reencontrarte contigo, con las versiones de ti que un día transitaban esas mismas calles. Es como mirarse en un espejo que te devuelve tanto los logros como los aprendizajes, y que te invita a agradecer el camino recorrido.
Por eso, al despedirme de Madrid estos días, me llevo una certeza: la vida, como esta ciudad, siempre guarda un rincón inesperado, una sorpresa que nos invita a crecer, a sentir y a reconectar con lo esencial. Solo hay que permitirse la pausa, el asombro y la gratitud.
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