«Es fantástico, chicos. Ya no necesitamos a los galos para hacer el ridículo». Quien dice esto es el capitán del barco pirata de Asterix. Es habitual que, en cada aventura en la que aparecen, su nave resulte hundida; la escena presenta al vigía negro en los restos de la cofa y, agarrados a un madero, al capitán y a un tripulante anciano que resume su lamentable situación con un latinajo que tiene la virtud de enfurecer aún más al capitán. Normalmente el hundimiento del barco pirata es atribuible a Asterix y Obelix, que se han cruzado en su camino. Pero hay una ocasión en la que son los propios piratas los que hunden el barco, y es lo que lamenta el capitán al comienzo de esta columna. ¿Qué ha ocurrido?
El causante ha sido Perfectus Detritus. Es un tipo cuya única habilidad consiste en dividir y provocar discordia, pero en eso es muy bueno. Así que los romanos, que lo han detenido porque también es un delincuente, lo liberan y lo mandan a la aldea gala para que obre su magia. En efecto, allí consigue sembrar cizaña en la habitualmente cohesionada aldea, y los galos acaban enfrentados unos contra otros. En el camino se ha cruzado con los piratas, con el resultado descrito.
Las últimas encuestas revelan dos cosas: el PSOE se mantiene a base de fagotizar todo lo que queda a su izquierda, y VOX sube notablemente. Y este es el escenario que más conviene a Sánchez, pues toda su estrategia se basa en la polarización. En dividir a la sociedad, en partirla en dos. En identificar a una de las partes con el mal absoluto, y en ponerse al frente de la otra. Y hay que reconocer que le está funcionando bien, porque vivimos en una época propensa a la histeria moral. Por eso, hay políticos que han descubierto que es mucho más cómodo convertirse en clérigos. De este modo sustituyen el diagnóstico de los problemas de la comunidad por la selección de causas sagradas, y esto les proporciona una serie de ventajas innegables.
Para empezar, eluden la grosera rendición de cuentas: lo sagrado se mueve en un nivel muy superior a los problemas materiales. Pero, sobre todo, les permite convertir sus ideas políticas en dogmas religiosos; las primeras se pueden discutir, pero los segundos no. El que se opne a los dogmas sagrados no es un adversario: es alguien maligno. Y contra lo maligno no se puede argumentar. Hay que extirparlo, y si alguien recurre a la violencia lo condenaremos de boquilla pero entenderemos que estaba justificada.
¿Exagero? ¿Se ha producido realmente una sacralización de la política? Observen el tono de Savonarola con el que Pedro Sánchez exigió a Feijóo, que acababa de condenar las acciones militares de Netanyahu en Gaza, que pronunciara explícitamente la palabra «genocidio»; evocaba a un fraticello gritando «penitenciagite», o incluso a Van Helsing presentando un crucifijo al conde Drácula. Observen también cómo la discrepancia en asuntos sagrados como la violencia machista es combatida, no con razones, sino con un anatema: «negacionista». Y observen también cómo Sánchez eludió las responsabilidades gubernamentales en la DANA o los incendios de Valencia invocando la invocación «emergencia climática» como quien dice «Señor ten piedad, Cristo ten piedad».
En realidad fueron las causas sagradas las que salvaron a Sánchez de su hundimiento en las elecciones de 2023. Con un electorado algo molesto por el blanqueamiento de los filoterroristas, las modificaciones del Código Penal a la medida de los golpistas, y la aprobación de la disparatada ley del Sí es sí, Sánchez consiguió alejar el foco de estas causas mundanas y situarlo en lo religioso. Y así convenció a una parte de sus fieles de que lo más importante era frenar el ascenso de la ultraderecha, que se proponía devolver a las mujeres a las cocinas y a calcinar el planeta. Sus seguidores, yonquis de la moralina, lo engulleron y Sánchez consiguió mantener el poder. Con una amnistía corrupta, sí, pero de nuevo esto no importa porque se mueve en lo terreno y no en lo sagrado.
En fin, es grave que el gobierno desatienda los problemas reales de España (el déficit de las pensiones, la viabilidad del estado del bienestar, la vivienda, la creciente brecha económica entre jóvenes y boomers, la inmigración…) y los sustituya por discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles. Pero es aún más grave la brecha que Sánchez continúa abriendo entre los españoles «buenos» y los «malos». Como un Perfectus Detritus, vamos. Y previsiblemente con un resultado similar al del barco pirata.