Alberto Artero, que habitualmente escribe en El Confidencial con el seudónimo de S.McCoy, sin duda uno de los mejores comentaristas de la prensa española, publicaba ayer que este país no necesita un referéndum sino un psiquiátrico. El analista y director de Cotizalia se hacía una serie de preguntas, a partir del texto del artículo 135 que se va a introducir en la Carta Magna, que demuestran que la modificación de la Constitución es, simplemente, un disparate. Resume en cinco los despropósitos del texto que se cambiará en unos días: En primer lugar, critica que vaya a corregir el déficit estructural, puesto que si se busca el equilibrio presupuestario y hay déficit, obviamente tiene que ser estructural; En segundo lugar, ya de más peso, qué es lo que entenderemos como coyuntural y como estructural. ¿Un siete por ciento es nuestro paro estructural? ¿O un doce? ¿O un quince? ¿Cómo se determina? Tercero, se pregunta por qué nos tenemos que referir a la deuda de Maastrich, que nadie ha respetado y añade que por qué no se limita la emisión de bonos como en Estados Unidos; Cuarto, y absolutamente demoledor, se dice que el límite de deuda “puede incrementarse, entre otros supuestos, en aquellas situaciones de recesión económica que escapen al control del ejecutivo”. ¿De nuestro ejecutivo? Pero si nuestro ejecutivo no controla nada. Si se enteró de la crisis por la prensa. O sea que podemos endeudarnos sin límites, porque esa redacción deja puertas abiertas de par en par. Y, quinto, no hay ningún tipo de sanción o penalización en caso de incumplimiento. Lo explicábamos este fin de semana: deberíamos evitar que la Constitución también quede impregnada de la falta de rigor con la que nos estamos moviendo últimamente. Esta modificación de la Carta Magna, como dice Artero, está condenada. Añade que España necesita varias medidas de fondo, siendo una de las más importantes hacer que el sistema recaudatorio, que hoy descansa en los trabajadores, funcione y permita también cobrarle impuestos a los empresarios y profesionales liberales, cosa que no sucede. Acabo con un pasaje irónico del artículo de McCoy: “Viva la locura colectiva”.





