Los numerosos mallorquinistas de verdad, no los que se alinean con los especuladores de acciones sean quienes sean y vengan de donde vengan, me remiten mensajes y correos en los que expresan su incredulidad en el proyecto de Robert Sarver y sus socios americanos. Algunos de ellos a través del teléfono me hacen preguntas que no obtienen respuesta y, desde luego, recelan cada vez más de la capacidad de Maheta Molango para reconstruir el Mallorca, muy tocado en sus mismísimos cimientos. Los datos son, en efecto, reveladores, puesto que, tal como leemos en la Biblia por boca de Cristo resucitado, “por sus obras les conoceréis”.
De momento el dinero aportado por los nuevos propietarios no aflora por ninguna parte y, de paso, recordemos que nadie se recorre diez mil kilómetros en un avión privado para asistir a la inauguración de una cafetería, esa misma que el consejero delegado afirma utilizar para invitar a futbolistas profesionales a formar parte del proyecto invisible. Pero el síntoma más diáfano es que no hay voluntad de regeneración, ni caras nuevas, ni ideas sin explorar, ni voluntad de cambiar la patética imagen de los últimos años. Una apuesta por la continuidad de los de siempre, sin una sola decisión o propuesta de cambio que estaría bien de haber cerrado triunfalmente los más recientes ejercicios, pero ha sucedido todo lo contrario y validar a un presidente que ha apostatado de su valedor, un entrenador que casi deja el equipo en Segunda B y los mismos empleados, sin olvidarnos de unos lamentables creativos, no huele a renovación ni frescura, más bien apesta a rancio en línea con los flojísimos y manipulados actos que debían enmarcar el centenario del club.
Por eso se extiende el recelo más allá de la ilusión. Nadie entiende una inversión de tan alto grado, en contraposición a un diseño económico incoherente y una perspectiva desdibujada presentada tópico tras tópico, construida sólo sobre palabras políticamente correctas, vacías de contenido y propias del populismo más barato.