Mis 'bóxers' rojos

No sé si convendrán conmigo en que hay una parte de nuestra guardarropía habitual que conviene ir renovando con una cierta frecuencia, incluso cuando nuestra situación económica no es quizás la mejor o la más boyante. Como habrán intuido ya perfectamente, me estoy refiriendo en este caso a la ropa interior, tanto masculina como femenina.

Con un buen mantenimiento, un buen detergente y una buena lavadora, uno puede acabar llevando el mismo jersey, los mismos pantalones, la misma falda, la misma blusa o la misma camisa durante cuatro, cinco o más años. En cambio, no suele ocurrir así, ni tampoco sería conveniente ni recomendable, con las medias, los calcetines, las braguitas o los calzoncillos.

En estas cuestiones de la ropa interior, y también en otras, soy una persona más bien pudorosa, discreta y pulcra, por lo que desde hace ya bastantes años voy renovándola optando siempre por la misma marca, la misma talla —3X— el mismo modelo y la misma tonalidad: unos bóxers de color negro cien por cien de algodón y bastante holgados.

Suelo comprarlos, además, en packs de tres unidades, para tener siempre a mano más de un posible recambio en caso de que fuera preciso. Si en alguna ocasión, puntualmente, no quedaban existencias en negro, me he decantado entonces por el gris, el marrón o el azul oscuro, que también son unos colores muy discretos y sufridos.

Décadas atrás, la mayor parte de los calzoncillos solían ser de color blanco, pero ya de niño me parecía una tonalidad poco adecuada, sobre todo ante la eventualidad de cualquier posible incidencia, mancha o percance. Ahora, en cambio, uno puede encontrar calzoncillos casi de cualquier diseño o tono espectral, por ejemplo con topos, con rombos, de color rojo o incluso de color butano.

Lo descubrí recientemente, un día en que fui a comprar mi pack habitual y vi que sólo quedaban packs que incluían un calzoncillo de topos naranjas sobre fondo morado y dos calzoncillos de color rojo candy. Por un momento, dudé sobre si volver otro día o hacer de tripas corazón, pero al final opté por lo segundo, así que impertérrito y con cara de póker me dirigí con mi inesperado pack multicolor hacia la caja.

La dependienta, al verme, no pudo evitar hacer un ligero y pequeño respingo involuntario, que entendí perfectamente, sobre todo teniendo en cuenta que soy ya un señor mayor, que el Carnaval ya ha pasado y que quedan aún más de diez meses para la próxima Nochevieja. Así que me limité a arquear suavemente una ceja, como queriendo decir: «De verdad, yo no quería hacerlo».

Sí pedí —y pagué— una bolsa no transparente, para no tener que llevar el pack de manera visible por media ciudad hasta llegar a casa. Desde entonces, vivo en un constante dilema. No sé si estrenar ya con valentía y decisión mis bóxers rojos —pues no creo que me atreva nunca con los de topos—, o si continuar un poco más con mis desgastados bóxers negros.

Lo que más me angustia es pensar que algún día a lo mejor tenga que ir a Urgencias por un dolor de tripa o por una ciática en el muslo, portando, precisamente, esos bóxers rojos. Me imagino entonces al doctor o a la doctora examinándome con gran delicadeza y, al mismo tiempo, haciendo un ligerísimo respingo casi idéntico al que hizo aquella amable dependienta. Es algo que últimamente me quita bastante el sueño.

Así que, muy posiblemente, seguiré aún un poco más de tiempo con mis viejos bóxers negros y reconvertiré mis inéditos bóxers rojos en trapos para la cocina y el fregadero. En cuanto a los de topos, no sé si depositarlos directamente en un contenedor blanco o utilizarlos en casa para decorar psicodélicamente algún jarrón o algún florero.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias