Parece que lo que más ha molestado del lamentable caso acaecido en la playa de Cabrera, donde desde tres grandes yates de lujo se desembarcaron parasoles y hamacas, apropiándose del espacio público, es justamente que quienes han hecho tal cosa, supuestamente, son extranjeros y ricos. Cada día se pueden ver en las playas de toda Balears casos parecidos e incluso más sangrantes, porque el despliegue de tumbonas, parasoles, redes para improvisar pistas polideportivas, paletas, tiendas de campaña, sillas y mesas plegables y neveras portátiles es de mayor entidad que lo que ocurrió en Cabrera.
A menudo, además, los que suelen comportarse así traen equipos de música con los que torturan al resto de bañistas, pero ni sale en la prensa ni nadie se indigna. Nadie llamará a la prensa, ni colgará fotos en Twitter ni avisará a la Policía Local para que lo denuncien ante la Demarcación de Costas. Entonces, ¿a qué viene lamentarse? ¿Alguien cree que a los propietarios de los yates les duele pagar una multa? ¿Tan ilusos somos?
En Ibiza los propietarios de coches de gran lujo andan aparcándolos en el medio de un paso de peatones frente al centro de salud de Cala den Bou solo para no tener a nadie al lado. Lo fotografiamos, se lo enviamos a la prensa y los ponemos a parir en las redes sociales. Pero todos estamos hartos de ver a ninis conduciendo BMW tuneados, que cuando van a un centro comercial lo aparcan entre dos plazas para no tener a nadie cerca. Y eso no sale en los periódicos.





