En este momento histórico de la política, nos abruma a quienes anteponemos el sentido común a la cruel levedad de las luchas por el poder, la evidente imposibilidad de alcanzar acuerdos de Estado que cierren de una vez por todas las inmensas heridas abiertas con el proceso independentista.
Pese a que por mi condición de jurista, y por convicción, pienso que la aplicación de las normas es la única posible vía de solución de conflictos, llegados a este extremo debo reconocer que la situación o el “supuesto de hecho” (como diríamos en jerga legal), extralimita cualquier análisis sencillo.
Es cierto que la norma (cualquiera de ellas), no contempla supuestos en los que las nuevas tecnologías se conviertan en instrumentos o medios para consolidar situaciones que hasta hace poco se consolidaban única y exclusivamente de una forma presencial. Ningún sentido tiene mirar hacia otro lado y como vengo repitiendo una y otra vez en mis artículos, los avances tecnológicos serán los que condicionen otra Era, incluso jurídicamente hablando.
Es por este motivo (y no por otros), por los que el Gobierno de Rajoy no debería utilizar esa interpretación casi literal de la norma para rellenar una laguna legal que en realidad se ha convertido en un océano inmenso, inhóspito y despechado.
Tampoco me sirve la interpretación que hagan los independentistas para justificar sus intenciones, por tanto no contentare ni a unos ni a otros porque en realidad ambos están intentando solucionar el problema desde esferas y perspectivas que ya no sirven de nada.
Sólo la claudicación en los posicionamiento extremos de ambas partes y la capacidad de negociación podría poner fin a tanto absurdo, y no ese empeño desesperado de aferrarse a la legalidad vigente cuando lo que se demuestra es que esa legalidad vigente nos ha conducido hasta aquí: un callejón sin salida.
La negociación pasa por liberar a todos los presos que los están por este motivo.
Un País que se precie de moderno no puede privar de libertad a alguien por los hechos acaecidos. La negociación pasa por paralizar el proyecto independentista en pro de un diálogo riguroso centrado en cuestiones de las quizás sólo se ha dialogado de puertas hacia dentro y en pequeño comité.
La negociación pasa por desprenderse de la pegajosa masa de los extremos cuyo objetivo no es alcanzar la paz social y el bienestar común. Se necesita ahora más que nunca la valentía de los que si están en todos los Partidos Políticos y que callan casi siempre. Necesitamos que ellos lideren el cambio radical, desde dentro, para cambiar la forma de hacer política en este País.





