Neymar y Mallorca

Hay un cierto revuelo entre los seguidores del Barça a causa del reciente fichaje de Neymar por el PSG (París Saint-Germain), equipo poseído por un ricachón qatarí. Creo que el revuelo ha sido solo cierto -en el sentido de escaso- debido a la situación canicular y vacacional a la que estamos sometidos indefectiblemente. Si la fuga del jugador brasileño hubiera sido en noviembre, pongamos por caso, el torbellino mediático y social habría adquirido dimensiones menos ciertas y más impetuosas. Es lo que tiene el verano.

Neymar se va por dinero. En una de sus últimas declaraciones el delantero balompedista ha manifestado que su huida del Barcelona no responde, para nada, a motivos pecuniarios. El cinismo todavía existe, gracias a Dios. A mí, la verdad, me la pela (y disculpen la expresión quizás un pelín barriobajera) que el futbolista se quede o se vaya de donde sea; libertad ante todo. Lo que me escandaliza y me incomoda es el montante que se maneja con su traspaso (ojo, que traspasar tambien significa expirar...). Con eso pasa lo mismo que con las audiencias televisivas, que todo el mundo cree que Sálvame es una puta miseria como programa pero que todo el mismo mundo lo ve y lo sigue con una fidelidad que ya quisiera Julio Iglesias. El parné que pagan los aficionados para ver partidos de fútbol me parece del todo desvergonzado. Claro que si a ellos les va súper, con pan se lo merienden; están en su derecho, no faltaría más. A mí, todo esto, me sugiere que algo falla en la sociedad; algo no funciona del todo bien: Houston, tenemos un problema.

Durante los tres años largos que viví en Mallorca (Palma: Cala Major) seguí -con evidente fervor- las evoluciones del Mallorca en Son Moix e incluso en algunos desplazamientos del equipo balear. No es nada raro en mí: cuando respiro un tiempo en algún lugar ajeno a mi domicilio habitual, intento siempre adaptarme a las peculiaridades locales, sea a su cultura, a su lengua, a sus tradiciones o a sus aficiones. Mallorca no siempre es fácil para un catalán; lo puedo asegurar. Seguí muchos encuentros en Son Moix (Primera División) y estoy en condiciones de aseverar que mi impresión sobre el apoyo de la aficion mallorquinista a su conjunto fue lamentable. Nunca he visto a un público más frío ni menos entregado a sus colores. Pena, sentí. Con el tiempo entendí que el comportamiento de las gradas de su estadio estaba en consonancia con una falta (de targeta roja) de seriedad de su directiva. Entre los capitostes del histórico club se podían entrever una gran selección de ineptos, de caciques de vuelo gallináceo, de gestores codiciosos, de iletrados enviciados y de delincuentes poco comunes. No voy a nombrar a nadie porque mi abuela materna era de Terrassa y me decía que no era prudente citar apellidos concretos. ¿Cómo iban a reaccionar las graderías con esta putrefacción administrativa de los líderes de un gran club? Muy sencillo: con resignación y con frialdad helada.

Hoy en día, siento una gran admiración (amor platónico y respeto) por un club que, en estos momentos, sigue manteniéndose en la división de honor: el Betis. Lo he visto por televisión y también he asistido a algún partido en el Benito Villamarín. ¡Qué diferencia, Dios mío! La gente, la masa, vibra, se emociona, se enamora, ama a sus jugadores, les mima, les apoya incondicionalmente. Ahí hay amor por los colores y existe un rugido tumultuoso pero también individual (tiene su mérito) que forja una ilusión común. ¿Se puede pedir más?

Resumiendo: estoy convencido que al Mallorca le va a ir de perlas haber bajado al infierno de la Segunda División B, siempre que este viaje vaya acompañado de un mea culpa generalizado de directiva y afición y que sirva para emprender un nuevo vuelo hacia unos objetivos más prósperos tanto en juego como en limpieza administrativa.

En el mismo sentido, opino que al Barça le convendría, también, descender a Segunda División. Más que nada para abaratar precios a los aficionados, rebajar las pretensiones de los jugadores e intentar nivelar la ecuación calidad- precio de un espectáculo que ofrece serias dudas sobre su ética sociológica.

Por lo demás, todo irá bien, como dicen en las películas.

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