Día viernes, mes agosto. Había quedado con unos amigos valencianos para disfrutar de un día de playa en Ses Covetes. Pero juzguen ustedes mismos del placer que me causó la llegada y la estancia a tan paradisíaco lugar y en buena compañía.
A media mañana me desplacé en mi coche hacia Sa Ràpita y al llegar tuve que buscar aparcamiento, lógicamente, en zona ORA, que significa dejar el auto lejos, a punto de broncearse o, mejor dicho, quemarse y, encima, pagar por ello. Después de varios intentos en una máquina que no funcionaba, las monedas no me alcanzaron para contribuir con las arcas del municipio y un amable turista accidental me dejó los céntimos que me faltaban. Pasado el sofoco me dirigí hacia la cola de la lanzadera y tuve la suerte de ocupar el último asiento, justo al lado del conductor del microbús, que comentaba entre gota y gota de sudor, que al ser la carretera tan estrecha solo pueden utilizar un vehículo de pequeñas dimensiones y la única solución que existe es aumentar el número de trayectos. Al bajar en la parada del sitio indicado, cargada con mi bolsa playera, todavía me quedaban unos cientos de metros para llegar hasta la playa.
Me estaban esperando bajo la sombrilla, tumbados en cómodas hamacas, que les habían costado 20 euros por pareja, pero ya se sabe que las vacaciones sirven para gastar los ahorros de todo el año y no hay que escatimar. Después de intercambiar saludos y dar varios chapuzones para refrescarme, decidimos ir a comer al chiringuito Es murters, beach donde el ambiente agradable y familiar que se respira es tan bueno o mejor que la comida que te sirven (desde un plato combinado a pescado fresco del día) y de postre un bombón “campaner” y un granizado de “pomada” para la buena digestión. Además de tener servicios y ducha, la relación calidad precio no es desorbitada teniendo en cuenta el paraje y las vistas panorámicas. Ya no se puede pedir más que una siesta a la caricia de la brisa marina y otro baño para despertar de la modorra canicular. Después del relax me aguardaba de nuevo un largo recorrido de vuelta a casa.
Este verano ya no será lo mismo, solo podré gozar del viaje en lanzadera que me trasladará a las playas más emblemáticas de Mallorca, donde ondearán 32 banderas azules. Los chiringuitos de Es Trenc se habrán derribado, a pesar de estar aprobada en su momento la construcción por la Ley de Costas y no dañar el entorno natural paisajístico (cimientos y paredes forradas de “marès”) No importa la gran cantidad de residuos que generará su demolición, ni el coste previsto, solo interesa el cambio a peor, los nuevos serán de quita y pon. Y es que uno comprende que pasado el buen tiempo, daña la vista ver las construcciones tan desoladas entre el mar y la arena. Tampoco podremos descansar a la sombra, en las hamacas porque no se puede proceder a la adjudicación del servicio y sin concesiones no habrá socorristas, además de incrementarse la suciedad en la zona. Pero todo esto nos es indiferente porque acatamos las órdenes que vienen desde arriba y a los que siempre nos toca pagar, no nos rebelamos. Las medidas que se toman son siempre drásticas, no quieren conservar lo que está bien hecho, sino que hay que arruinarlo en nombre del medio ambiente. ¿Por qué no se pasean por zonas rústicas convertidas en vertederos de basura o almacenes de construcción?
Deberían releer el cuento clásico Los tres cerditos (por sus casitas) y dejar a los mallorquines gozar de la isla y de su clima sin poner trabas al asunto y dando soluciones para los visitantes pensadas con la cabeza y no con el rabo (de los cerdos) -me refiero- porque según su posición puede evitarse que unos se muerdan a otros, aunque siempre queda la opción de huir con el rabo entre las piernas.
Con todo esto, es fácil imaginar que muchos de ustedes preferirán encerrarse en casa con el aire acondicionado puesto a la máxima potencia o ir a la piscina de su propiedad o de unos amigos, si se lo pueden permitir. ¡Feliz verano!