Uno de los edificios nobles del Paseo del Prado estrena inquilino. La cartera del Ministerio de Sanidad ha cambiado de manos. Ana Mato ha tenido una legislatura muy difícil, cargada de minas, entre las que han destacado las derivadas de la aplicación de las medidas de sostenibilidad y la crisis del ébola.
La deuda del país arrastraba a los proveedores hacia el abismo y amenazaba las nóminas de los trabajadores. Tampoco cabían las medidas extraordinarias. Ni las comunidades podían endeudarse más ni el estado tenía liquidez para realizar transferencias de fondos suplementarias. La industria farmacéutica, como sector, ha hecho un gran esfuerzo y los profesionales han visto menguar sus ingresos. Albergo algunas dudas sobre las medidas de eficiencia en la gestión de una parte significativa de la administración. Y que decir, que no se haya visto, sobre los devastadores efectos que producen las crisis sanitarias en la población. A pesar de todo, La ministra no ha cesado por las dificultades de su gestión sino por un pecado original. La resolución judicial que ha hecho recomendable dejar el ejecutivo está relacionada con actuaciones previas que nada tienen que ver con su gestión sanitaria. La política es así.
Alfonso Alonso poco o nada podrá aportar de valor sanitario; puede ser muy importante su cercanía al núcleo de decisión de este gobierno. No es poco. Pero lo más importante es que viene acompañado de un Secretario General de gran peso específico. El Dr Rubén Moreno, hasta ahora portavoz sanitario del partido popular en el Congreso de los Diputados, esta bregado en todos los ámbitos de la administración, desde la investigación de base a la gestión. Puede dar un impulso definitivo a las políticas de equidad, de interoperabilidad y de innovación que tanto debilitan a nuestro sistema sanitario. Esperemos que así sea.
