Ya tenemos otro conflicto. El Villarreal quiere a De Guzman y el Mallorca tiene un contencioso moral con el club amarillo por aquella jugarreta de chivato denunciante para arrebatar en los despachos la plaza de Europa League que no había conseguido ganar en los campos. No, no es agua pasada, pero si llega con más de cinco kilos se lo lleva de calle. El negocio es el negocio. En los encuentros de precampaña, que solo sirven como referencia aproximativa, nunca como medidor exacto de la situación del equipo, este aficionado poco documentado ha visto que el Mallorca no tiene delantera. Hemed es una incógnita y desconoce el fútbol español. Son los centrocampistas ofensivos los que tienen que irrumpir y tratar de suplir la falta de rematadores natos. De Guzmán es la pieza clave en el sistema de maniobras ofensivas en el centro del campo. Es, hoy por hoy, el jugador más técnico que tiene el equipo, se ha adaptado y conoce perfectamente la mecánica de la Liga. Tiene a su lado a un Pereira irregular, a un Tejera en franca progresión y a un Castro a la gallega: no se sabe si va o vuelve y no está por el compromiso. De Guzman es el único valor sólido, contrastado y con un futuro espléndido si sigue así. Ocurre que el Mallorca es un club vendedor. Ocurre que no hay un euro, que necesita delanteros y que el Villarreal puede meter unos millones para llevarse a la perla del Mallorca, a quién también habrá que sustituir. Otro problema. Y va a fichar a De Guzman si se lo propone porque tiene mucho dinero por la venta de Cazorla. El Mallorca va a reforzar a su enemigo, a quien le clavó una puñalada administrativa. Pero el dinero no tiene corazón y el Mallorca es un negocio.
