Este primero de marzo -diada patriótica balear- será recordado como el martes de la transformación. Se recordará como se recuerda el milagro bíblico de convertir el agua en vino. Puede que haya sido una mutación de consecuencias imprevisibles, teniendo en cuenta que el Mallorca ha pasado de la villanía del sábado ante el Barcelona a la seriedad del martes ante el Español. El mismo entrenador, idéntico sistema, prácticamente los mismos jugadores, un rival muy difícil y que jugaba en casa, y llega el Mallorca y gana. Pero da igual porque la imagen que dio en el primer tiempo fue como la noche al día de la que ofreció ante el Barça. Ese es el Mallorca de principio de temporada, el que no tiene miedo, el que se esfuerza, el que se lo cree, el que se agrupa para defender y abre el campo para lanzarse al ataque, el que falla mucho en la delantera, pero tiene seis o siete oportunidades de gol. Ese es el Mallorca, incluso con las contradicciones de que Tejera no tenga tantas oportunidades como Nsue, que se mantenga a Pereira y Castro a pesar de su baja forma, que se utilice más a Kevin que a Ayoze o que no se le den más minutos a un revulsivo llamado Aki, la esperanza amarilla. Bueno, que el del Mallorca en Cornellà fue posiblemente el mejor partido del Mallorca, independientemente del resultado. Parecían mutantes después el ridículo del sábado. Parecía que se habían conjurado para recobrar la dignidad perdida. Que dure.
