Los movimientos como el 15-M acaban por inercia o por colapso si no hay una fuerza detrás que le siga empujando. Como parece que no la hay, que el impulso original está en un despliegue en forma de pirámide invertida a través de la Red, pues o se retroalimenta o muere en la plaza donde nació y se desarrolló. Si alargan la estancia corren el peligro de que el campamento se convierta en la plaza del olvido. Se desconoce la influencia que ha podido tener, más bien por abstención, en las pasadas elecciones, como se desconoce el desarrollo del movimiento, pero parece relativamente claro que no permite manipulaciones, que no coincide con ningún partido, que sus propuestas son globales, incluso abstractas. No sería inteligente que la clase política ignorara o menospreciara a estos grupos heterogéneos en todos los sentidos que han conseguido mantener durante varias semanas puntos de concentración y acampada en plan autogestionario, pacífico y no partidario. El mundo informativo lo bautizó como “revolución española” y algunos analistas internacionales creen que es el germen de algo más global y decisorio. Puede ser, pero ahora lo que transmiten los concentrados en la rebautizada Plaza España, o en Puerta del Sol, es que la acampada ya no tiene mucho sentido, que hay que cambiar de espacio y de estilo, que hay que buscar otros sistemas de empuje. Las plazas simbólicas tienen que recuperar su normalidad, y los acampados su vida ordinaria, sin renunciar por ello a la indignación que motivó el movimiento. Esto parece que ha sido el prólogo de un libro abierto todavía por escribir.
