El Ministerio de Sanidad ha vuelto, por enésima a vez, a vendernos los genéricos como la panacea contra la gravísima crisis que atraviesa el Sistema Nacional de Salud y lógicamente los sistemas autonómicos. Leire Pajín, al igual que en su día hizo Trinidad Jiménez, afirma que obligar a los médicos a que receten principios activos puede suponer un ahorro fundamental para nuestras maltrechas arcas sanitarias. Tal vez la ministra no lo recuerde, porque en aquellos momentos andaba en otros menesteres, pero esta medida no es nueva, se adoptó en su día y prácticamente se prohibió a los facultativos prescribir otra cosa que no fueran genéricos, hasta el punto de que si ponían el nombre comercial la farmacia estaba obligada a buscar su equivalente. Todavía recuerdo a médicos mayores, de los de toda la vida, buscando en el vademecum el nombre del principio activo de todo medicamento, porque las órdenes eran tan contundentes que incluso, a la hora de comprarlo, resultaba que no había genérico. Por lo tanto, lo único que se ha hecho ahora ha sido dar una vuelca de tuerca sobre el mismo tema, o lo que es lo mismo, lanzar una cortina de humo sobre las verdaderos problemas que padece la sanidad, sin abordar a fondo las soluciones y la necesaria distribución de los recursos, porque a estas alturas quedan pocos que recuerden el nombre comercial de la mayoría de los medicamentos. ¿Hay alguien que se acuerde cómo se llamaba el ibuprofeno, el paracetamol o la amoxicilina? Pues eso.
