Tienen tendencia los presidentes del Congreso de los Diputados, tan serios ellos, a recurrir con frecuencia a la metáfora sobre genitales. Algún presidente del Gobierno también, como cuando Aznar soltó en el Parlamento Europeo aquello de “qué coñazo de discurso”, discurso que él pronunciaba con toda seriedad. Pero, ya digo, los presidentes del Congreso de las últimas legislaturas son más directos y tienen fijación por los cojones. A raíz del desliz de su excelencia José Bono, se recuerda a su excelencia Federico Trillo, que dijo aquello de “manda huevos” por una proposición de título infumable, aunque luego quisieron arreglar la metedura de pata cambiando los “huevos” de la entrepierna por los “uebos” de la necesidad. No coló. Ahora se han colado los huevos de Bono, que es una indiscreción para una sonrisa, pero lo más preocupante no es el taco en directo sino la confesión de su estado: “Estoy trastornao”, dicha sin la ‘de’ y con entonación cheli. Se supone que será transitorio. Algo le pasa a Bono, algo les pasa a los presidentes, que tropiezan continuamente en la misma piedra y no terminan de enterarse de que los micrófonos los abre el diablo y los carga de tacos y a veces de algo más. Porque un “coño” se puede escapar en el fragor parlamentario, pero lo de “estoy hasta los huevos” es algo más que una palabrota instintiva. Puede ser un estado de ánimo y, claro, expresan desde su sillón lo que expresarían en cualquier parte. Es lo que decía Suárez, hacer normal en política lo que en la calle es normal. Por eso, un huevo de vez en cuando no hace daño.
