Oratoria, ¿estás bien?

Leo en las páginas de La Vanguardia (un periódico barcelonés monárquico y lo que el viento arrastre) un bonito reportaje sobre las técnicas para fabricar un discurso de éxito titulado “Un discurso para triunfar”. En él, se desglosa una especie de decálogo para mejorar la oratoria (¿oratoria?) de los políticos. Paso a resumirles los diez puntos que ofrece el reportaje de marras, mezclados con mis comentarios personales.

Primero: es muy importante contar con un buen logógrafo, un especialista en escribir discursos. Debe ser alguien profesional que conozca al dedillo la idiosincrasia del que va a soltar el discurso. En Estados Unidos o el Reino Unido esta figura es indiscutible. En España, a muchos políticos les da vergüenza, además de no disponer de tiempo para redactar ni ideas que exponer correctamente.

Segundo: se trata de manufacturar una pieza artesanal, lo que equivale a contemplar, por ejemplo, el contexto en el cual será pronunciado, contando tanto con el factor tiempo como con la localización concreta. Es básico escribir con una antelación de setenta y dos horas y sabiendo el lugar y las personas que lo van a escuchar.

Tercero: cuanto menos dure un discurso, mejor que mejor. Veinte minutos sería un tiempo razonable para la mayoría de los discursos. Más alla de esta cifra, la audiencia empieza, desdichadamente, el proceso que conduce al aburrimiento total.

Cuarto: el político debe venir “discurseado” desde su casa; no leerlo justo antes de pronunciarlo. Es necesario leérselo en su sillón casero y ensayar su escenificación.

Quinto: hay que saber por qué motivo uno se dirige a la gente. El discurso debe contener un mensaje claro y diáfano; si puede ser, sólo uno.

Sexto: las metáforas son el recurso estrella de los discursos. Se trata de conseguir que el personal relacione lo citado por el orador con sus experiencias personales; los griegos ya utilizaban este método.

Séptimo: estructura simple: arrancar con un elemento que llame la atención, continuar en una línea de sencillez y acabar con algo vistoso y fácilmente recordable.

Octavo: tener en cuenta que lo que no se dice es, a veces, más importante que el propio texto escrito; el lenguaje no verbal comunica de manera fehaciente: las manos, el giro del cuerpo y de la cabeza, las miradas...

Noveno: pensar que hay cámaras de televisión que captan a la perfección todos los detalles del discurso y, por lo tanto, esto se convierte en un activo para desactivar el desinterés general hacia la política y sus servidores.

Décimo: se puede aprender; es decir, la oratoria -como todas las disciplinas- requiere unos valores tan manifiestos como el esfuerzo y la dedicación.

Visto lo visto, ya me dirán ustedes. Si aplicásemos estas simples normas a nuestros políticos, el fracaso general sería estruendoso, estrepitoso, escandaloso. Generalizando, los diputados y diputadas leen mal (sin énfasis alguno) y sin mirar al público; se mueven de cintura para abajo; se agarran al atril, un clásico de la inseguridad; vocalizan poco; siguen líneas dispersas andando de un tema a otro sin solución de continuidad y dejando el mensaje escondido entre las muchas sandeces; se alargan innecesariamente (casi todos superan el límite de tiempo marcado y siguen después de que se les haya amenazado con quitarles la palabra). Seguir la lista sería facilísimo, pero ahí lo dejo.

Si además de todo lo señalado tenemos en cuenta que traen al estrado -o al escaño de turno- las réplicas ya previamente escritas, sin ni siquiera escuchar las palabras de los “contendientes” parlamentarios y, además, mantienen en pie su arrogancia a base de insultos, frases hechas o, simplemente, ejemplos jocoso-festivo-chistosos dedicados a sus oponentes, entonces, ya podemos levar anclas y esperar el naufragio colectivo.

Y para acabar- y sin que tenga que ver con el discurseo que nos ocupa- lo más vergonzoso y repugnante: los deditos levantados de los portavoces de turno exigiendo a sus correligionarios el sentido de las distintas votaciones. ¡Ole! ¡Viva la libertad de expresión!.

Un despropósito global. En las últimas sesiones, sólo una diputada ha dado ciertas muestras de oratoria: Irene Montero, del partido de los violetas. Apunta maneras; ya se verá.

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