Han trascurrido ya varios meses desde que el gobierno social comunista decretó el estado de alarma, y con él una serie de medidas, entre ellas el confinamiento de toda la sociedad, menos los trabajadores “esenciales”, un recuerdo de los judíos de Schindler. Una medida fijada como sanitaria que ha traído en sus vagones la suspensión de derechos como el de manifestación, el de culto, el de expresión, el de trasparencia, el de información. Añadiendo el cierre parcial del Congreso, la ralentización casi total de la Justicia y, sorprendentemente, el establecimiento de la irresponsabilidad. La supuesta persecución de la salud pública ampara la inexistencia de la figura del “responsable” en el gobierno. La responsabilidad se derrota ante la importancia de la salud, de la autoridad del gobierno, del interés general, del aclamado control de la población.
En este escenario resulta apropiado, incomprensiblemente, la contratación de bienes y materiales sin respeto a la ley, con el agravante de un craso error en la compra sin explicación alguna ni de si el dinero será recuperado, ni si el vendedor será demandado por incumplimiento. Al contrario, ese vendedor, esa empresa, escondida al ciudadano, todavía se verá recompensada con nuevos contratos.
Resulta llamativo que, hasta ahora, la solución, el tratamiento de la pandemia, esté en manos, exclusivamente, del gobierno, y dentro de este de un grupo de expertos no solo desconocidos, sino que el gobierno esconde impúdicamente. Es decir, todo lo concerniente a las libertades y derechos cercenados se halla en poder de un grupo de técnicos, dueños y señores de hechos como nadar en el mar, de la incineración de familiares difuntos, del uso de elementos urbanos, de tiempos de ocio, de tiempos de esparcimiento, de formas de convivencia, de relaciones familiares, de modos laborales.
Y ello surge como consecuencia de un problema de salud pública que permite al gobierno anular, cercenar por Decreto, por Orden ministerial, derechos fundamentales. Un gobierno que, en tres ejercicios, ha sido incapaz de aprobar unos presupuestos generales y que gobierna con los del ejecutivo que derrocó en una moción de censura pregonada como limpiadora de toda corrupción. Y ahora, presenciamos cómo el pudoroso gobierno produce la designación a dedo de decenas de directores generales, contrataciones multimillonarias fallidas, dispendios para embellecimiento de despachos, negativas a facilitar material preventivo a personal sanitario, a policías, a guardia civil. Como también contemplamos cómo se riegan con docenas de millones medios de comunicación para evitar que se mantengan en la ruina, mientras otros deben salir por sus propios recursos. La compensación a tal regalo es clara: laudar hasta la sublimación al líder subvencionador.
Todo ello dentro de un maremágnum de normativa de difícil y compleja interpretación, además de mutante en cuestión de horas. Una normativa que implica, en su trasfondo, la implantación de un miedo en la sociedad, la cual, ya no es un conjunto detentador de derechos, sino un sujeto obligado a la sumisión, al respeto irredento a la autoridad. Una autoridad que, el ser humano cosificado, debe asumir como adecuada, como acertada, como suprema hacedora del bien común. Rebozada con miles de mentiras, miles de invenciones, miles de manipulaciones, desde esa “autoridad” se nos anuncia la llegada de la “nueva normalidad”, es decir, la post democracia como semilla de un totalitarismo que contamina, cierto y verazmente, a las sanidad, a la educación, a la cultura, a los medios de comunicación, a la justicia, a la industria, a las ideologías y creencias religiosas y, por fin, a la banca, obligándola a atender los pagos al carecer el Estado de liquidez. Ese es el escenario del caos, en donde reinan los políticos comunistas, aupándose en unos técnicos cientificistas sobre los cuales se elevan a la categoría de sacerdotes supremos.
Debemos apercibirnos que, sumisa y mansamente, somos objeto de control por el gobierno socio comunista. Un control de todo movimiento, de toda palabra, de todo gesto, de toda opinión adversa a sus órdenes y deseos. Estamos viviendo la implantación del totalitarismo comunista, no de Gorbachov, sino de Lenin, de Beria, de Stalin. Para alcanzar la revolución marxista es preciso crear el escenario del caos, y hacia él nos encamina un gobierno comandado por un ególatra, mentiroso compulsivo, que no siente vergüenza alguna de ser desmentido en sus proclamas por el director del W. Post o por la CNN, negando la veracidad de esas peroratas defensivas. Un pedante que ordena perseguir al ciudadano que se adorna con la bandera española.
La respuesta a tanta mentira, a tanta manipulación, a tanto despilfarro, a tanto control, a tanto oscurantismo, es la acción. España, los ciudadanos, no pueden seguir sumisos, apocados, aborregados, mientras son conducidos hacia un caos para aceptar como mal menor el totalitarismo comunista de Sánchez e Iglesias. Hay que enfrentarse a ellos con la verdad, con la justicia, con la dignidad, con la ley. La senda no es alcanzar el orden desde el caos, sino que, antes del caos, debemos lograr el retorno al orden constitucional, a la normalidad no nueva, sino antigua, habitual, deseable. En donde el hombre no sea un número, un sujeto sumiso, sino un ser humano con derechos inmutables, intocables. Acción, esa es la respuesta. Desde el orden acabar con el caos totalitario. No aceptar el caos para acabar con el orden.