En estos días se puede sentir el impulso de preguntarse cuál será el recuerdo que permanezca en la historia de nuestro país de hombres como Sánchez, Iglesias y demás políticos que, se dice, lo están gobernando. Después de la pregunta, se pueden encontrar respuestas como la de un ex deportista que denuncia que, cuando se premia la incompetencia, algo falla. O de una política caída en desgracia por su verbo incisivo, cuando sentencia que estamos inmersos en una sociedad devastada moral, política y culturalmente, que “revalida” la gestión de sus gobernantes con votos, amen de castigar sin ellos a quienes han renunciado a la batalla cultural, ideológica.
El panorama que, entre pregunta y respuestas, se nos presenta no puede ser más desolador. Después de un año de gobierno social comunista, nos encontramos con casi 4 millones de parados, con 218.000 empleos destruidos, con 738.000 trabajadores en ERTE, con 6,8 millones de personas infrautilizadas; con una caída del PIB del 20%; con la primera fuente de riqueza, el turismo, sellada; con los autónomos abocados al cierre; con amenazas a la enseñanza privada; con menosprecio de la sanidad privada; con incremento de 750 cargos públicos; con la legitimación de las ocupaciones ilícitas de viviendas, con más impuestos; con la caída de las exportaciones; con censura en las redes sociales; con insultos e informaciones sesgadas e interesadas en la televisión pública y afines; con presunta corrupción en ministerios, en gobiernos autonómicos, en ayuntamientos; con gastos inútiles para informes inútiles; con sanciones a todo aquel que no piensa o habla o discursea según fija el donostroi bolchevique; con un soviético art. 58 aplicable a todo aquel que no comulga ni con lo lgtbi, ni con lo trans, ni con lo binario, ni con la ideología de género; con una caída del prestigio internacional de la Marca España; con una deuda publica superior en un 13% del alicaído PIB. Y, como guinda de todo ello, un mindundi que se ha negado a contabilizar casi 100.000 fallecidos por la pandemia, durante su gestión en el ministerio de Sanidad, lo deja dos días antes de iniciar la campaña y se presenta como el proyecto de un marrón político de incalculables consecuencias. Resultado; ha ganado, dice, con una victoria tan pírrica que precisa de
separatistas, de independentistas, de marxistas o de populistas bolcheviques para ser presidente de un territorio con 5 millones de votantes. De los cuales el 55% no ha querido saber nada de ninguno de los candidatos que se le presentaron. Y prosiguiendo con el recuerdo inicial, el social comunismo ha logrado que el simple nacionalismo se convierta en independentismo alcanzando casi el 50% de la votación. Ninguna candidatura ha logrado llamar a votar al indeciso, al indiferente. La endogamia del separatismo ha superado al sentido común de defenderse de ella.
Solzhenitsin hablaba de una neblina en su Rusia y el socialismo comunista la ha expandido sobre la verdad, la realidad, repleta de mentira, demagogia e incompetencia. Los partidos se rigen por una ideología que pretende implantar el bien social, el interés social, el escudo social, en lugar de la verdad, del interés común, del bien general. Ya no existe la verdad, sino las verdades instauradas, convenientes, sesgadas, manipuladas. Unos se aferran al poder, otros desean agarrarlo, y el vacío que provoca es tan profundo que hallar convicciones en la sociedad es una tarea casi imposible. Mientras unos, con sutileza, pero decisión, están asentando el comunismo, con el donostroi estalinista preciso, ocupando todos los ámbitos del poder, los otros, el supuesto derrocador, se debate en el más absoluto de los vacíos, con bandazos a derecha e izquierda, buscando lo inexistente, el centro socio político, sin entender que este ha desaparecido, que el gris ha muerto, solo hay blanco o negro. La gestión comunista ha provocado una radicalización en el frente no progresista que espera sinceridad, claridad, veracidad, en el proyecto político. España está viviendo una nueva transición, no de la dictadura a la democracia, sino viceversa. Y entretanto nos obligan a hacer el recorrido, andamos también hacia la ruina, la quiebra, el hambre, la inseguridad, el paro, el subsidio salvífico.
Colbert, el super ministro de Luis XIV, se ha reencarnado en el mundo comunista; el Estado lo será todo, mientras el bolchevismo gobierne. El hombre será una simple “unidad” receptora de la revolución y, según convenga, el contrarrevolucionario a guillotinar, no pasando por la checa, sino por la mordaza de un ministerio de la verdad “democrática” establecida por los implantadores del bien social. El new age será la doctrina impuesta y la intrascendencia del ser humano la fe obligatoria. La ideología de género la creencia única a respetar; la libertad de conciencia será una leyenda urbana del pasado. La nueva normalidad estará repleta de mucha ecología, mucha tecnología, mucha finanza, mucha política, mucha doctrina, mucha burocracia, mucha mordaza, como también vacía de justicia, de libertad, de dignidad, de competencia.
Y mientras tanto toda la progresía aplaude con la orejas, el discurso-réplica de Casado es “vender” la sede. Gran medida, como respuesta de un partido político que aspira a derrocar al gobierno social comunista con vaciedad de programa político y sin votos ni en Cataluña ni en el País Vasco. Genial.