Pedro, el impoluto: crónica de una pureza insobornable

España vive una edad dorada. No por el crecimiento económico (que también, si preguntas en Moncloa), ni por la estabilidad institucional, sino por el increíble fenómeno sociológico que supone el Gobierno de Pedro Sánchez: un prodigio de resistencia política donde la corrupción no es una mácula, sino casi un mérito en el currículum.

Imagínese usted gobernando mientras: su esposa está siendo investigada por tráfico de influencias, por su relación con empresarios muy generosos con sus fundaciones; su hermano cobra 55.000€ al año de una diputación controlada por el PSOE, sin aparecer por el trabajo ni usar el email corporativo, pero tranquilo: es por la cultura. ¿Cómo se va a medir el valor del arte, insensatos?; su fiscal general del Estado está imputado por revelación de secretos; su exministro de Transportes (Ábalos) está cercado por las prostitutas que colocaba en empresas públicas y por un caso de comisiones millonarias en plena pandemia con su exasesor Koldo García; su número tres del partido, Santos Cerdán, aparece en grabaciones negociando comisiones como quien negocia el precio de una cena de Navidad. En cualquier país serio esto costaría una dimisión; aquí, una ovación en el mitin de Sumar.

Pero claro, todo es "lawfare". En Moncloa no hay corruptos, hay víctimas de una conspiración judeomasónica, judicial, mediática y galáctica. Porque si el juez investiga, es facha; si un periodista publica, es vendido; si la oposición critica, es golpista. Lo único legítimo es el boletín oficial del PSOE y los tuits con banderas moradas.

Y aún así, el presidente se planta, nos mira con esa mirada intensa de serie turca y dice que no se va, que se queda por amor. No por el Falcon, ni por la Moncloa, ni por las cámaras de televisión. Por amor. A España. Al pueblo. A su Begoña. A la democracia. Y al poder, claro, pero eso no se dice.

La estrategia es clara: si todo el entorno está manchado, el barro deja de notarse. Esto no es un gobierno, es una colección de tramas paralelas: Trama Begoña, Trama Koldo, Trama Tito Berni, Trama Cerdán, Trama Fiscalía, Trama Delcy… Parece una telenovela venezolana, y aún así logran que medio país piense que son víctimas y no verdugos.

Mientras tanto, los ministros dan ruedas de prensa con cara de póker, negando la evidencia con la misma tranquilidad con la que uno niega haber comido el último yogur de la nevera. "No hay caso", repiten, mientras los asuntos judiciales caen como confeti. En este gobierno, la presunción de inocencia no es un derecho: es una cortina de humo con efectos especiales.

Y ahí está Pedro, erguido como un actor de Juego de Tronos, gestionando la corrupción como quien juega al Tetris: a ver cuántas piezas encajan sin que se derrumbe la pantalla. La diferencia es que aquí no hay “Game Over”, sólo elecciones. Pero su premisa es clara: cerrar filas y aguantar el chaparrón. Porque en la España de Pedro I el Impoluto, no gobierna un partido, ni un programa, ni una ideología: gobierna una resiliencia sin vergüenza, un dominio absoluto del cinismo institucional y una capacidad prodigiosa para comprar adeptos a base de anuncios falaces a jóvenes y pensionistas. Así que adelante, presidente. Ya puestos, que imputen al gato. Usted se queda.

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