Agustín Pery deja dentro de pocas semanas la dirección de la edición local de El Mundo. Cataratas de mala baba vertidas a lo largo y a lo ancho de los últimos seis años han hecho mucho daño a la política y a la sociedad mallorquina. Pero esta tierra milenaria ha resistido a la furia ciega, una vez más. Con mucho sufrimiento, hay que reconocerlo, pero con la firme determinación de reconstruir lo deshecho y con el mismo coraje con el que durante años ha soportado invectivas, vejaciones y menosprecios. Se va el Torquemada de turno enviado por el poderío madrileño para pasar por la quilla a todo indígena que se atreviese a plantar cara a los dictados capitalinos de sumisión, postración y espinazo doblado. Pery se ha puesto las botas a la hora de intentar desollar como a un conejo a todo aquel que se opusiera a los designios imperiales de recentralizar el Estado a fuerza de tratar de chusma a todo periférico no sujeto al bastón de mando de Madrid. Pery recogió con voluntarismo, gusto y saña el látigo que ya le dejó pegajoso y ensangrentado de piel mallorquina el anterior inquisidor de turno, Eduardo Inda, ahora dedicado a derechizar, hasta el borde de la irracionalidad, a la carcundia más reaccionaria de Madid, carnaza natural de estos muchachos. Otra cosa son los progresistas de la capital, gente sana y noble, igualmente despreciada por los intereses que representan. Pero tanto despellejar tiene su precio. Parece ser que la edición local de El Mundo no funciona y se proyecta su cierre. Concluye así un ciclo negro que por extensión ha puesto contra las cuerdas al grueso de la comunicación mallorquina, que otrora tuvo años muy brillantes. Pero generar tanto asco contagia, igual como contagia la lepra. Todo principió aquel 1998 en que el entonces presidente Matas abrió de par en par las puertas del Consolat a Pedro J. Ramírez e incluso le puso un coche oficial a su disposición para que se buscase mansión en Mallorca. Como siempre ocurre, la pleitesía se transforma en capricho y Ramírez se compró un chalé con piscina en dominio público, asunto de lo más tragicómico que ha acabado en el Tribunal Supremo, en el mismo lugar donde se ha arrastrado el dócil Matas, al que un día El Mundo ensalzó al nivel de los altares para, unos años más tarde, cuando era cadáver político, acabar apuñalándole y tildándole de "corrupto". Es ley de vida: quien alimenta buitres finaliza tirado en el suelo ahogándose en su propia sangre. Muchos han padecido las embestidas de El Mundo. Al que esto firma, a lo largo de los años me han llamado "jefe de la Falange cartaginesa", "púnico", "sicario", "enloquecido", "pajarraco" o "demoníaco bicho". Ya ni me acuerdo de todos los improperios. No me importa. He sido un objetivo microscópico e insignificante entre las víctimas del periódico de Ramírez, Inda y Pery. El paso de este Torquemada alojado en la exclusiva calle Sant Jaume deja cicatrices y lágrimas. Pero su basto látigo nos ha hecho más fuertes, más conscientes de nuestro coraje, más convencidos de que nuestra dignidad y nuestro honor queda intacto pese a sus andanadas de odio y sinrazón. Pery deja aquí centenares de humillados y ofendidos. Pero ha fracasado. No ha podido extirpar las raíces de un pueblo que un día rehará todo lo quemado. Y cuando ya no se puede engañar, lo mejor es atender a las órdenes de los jefes y partir. El error de estos madrileños de lanza en ristre y banderillas de fuego es que no comprenden el alma isleña, cubierta por brotes de olivos milenarios. Por eso regresan hundidos. Por eso, algún día, venceremos. Todo empieza por no creerse sus patrañas, por saber que las técnicas de dominio de los colonizadores comienzan por tratar a los aborígenes como seres inferiores, como indios a los que borrar del mapa o mimar paternalmente cuando se ponen de rodillas, domados y presos por su propio autoodio. Ésa ha sido la gran obra de Pery: incendiar a partir de la total impunidad de que ha gozado. Pero hemos resistido las dentelladas de este falso paternalista. El futuro es nuestro. El suyo está en las laderas del fangoso Manzanares. Que le sea leve.
