Platón y la demografía

Platón, el gran pensador de la antigua Grecia y padre de algunas de nuestras ideas más genuinamente europeas, también se preocupó por los cambios que podía producir el crecimiento demográfico. Predicó la necesidad de diseñar, por parte de los filósofos mejor preparados (tal algo así como los expertos actuales), una ciudad o sociedad ideal, en la que quedará desterrado todo tipo de conflicto, en aras a hacer prevalecer la justicia.

Es cierto que muchos interpretan que la poli, por él descrita, no era exactamente un proyecto político real, sino más bien un modelo teórico para la evaluación comparada de las distintas ciudades-estado existentes, al tiempo que podía servir también para orientar la acción de los distintos gobernantes. El objetivo era la armonía y el bien común.

Pues bien, una vez alcanzada la sociedad ideal, por pura lógica, cualquier cambio o transformación necesariamente sería siempre a peor, por lo que resulta imprescindible mantener el statu quo. A esta preservación dedica una parte relevante de su pensamiento. Identificando dos grandes amenazas.

La primera de esas amenazas provenía del comercio. Su práctica puede dar rienda suelta al afán de lucro y a la competencia. Lo que a su vez pone en riesgo la armonía. Pues el comerciante puede aprovechar fenómenos esporádicos, como una mala cosecha, o, una extraordinariamente buena, para enriquecerse, rompiendo de esta manera el statu quo social. Por eso, precisamente, considera que los comerciantes deben pertenecer a la clase baja, sin posibilidad de ascenso social. Las reglas y las normas, dictadas por el filósofo-rey, han de estar encaminadas a preservar esta situación.

La otra gran amenaza proviene del cambio demográfico, pues es imposible que una sociedad que crece, o que se mezcla, mantenga la misma estructura. Así, dedica no pocos de sus pensamientos a explicitar la forma en la que los mandatarios pueden evitar el cambio poblacional. Por ejemplo, los matrimonios, obligatorios para todos los jóvenes, se organizan y regulan pormenorizadamente por el Estado al igual que sucede con las migraciones.

Para mantener la estabilidad demográfica, el Estado debe organizar fiestas de apareamiento en las que hombres y mujeres se junten según su mérito, en tanto virtud y fortaleza física. Deben unirse para engendrar a un número equilibrado y constante de vástagos, evitando el aumento poblacional. Es decir, deben tener dos hijos ¡Ni uno más ni uno menos!. Llegando a afirmar, con extrema dureza, que, en caso de producir un exceso de hijos, o alguno con deficiencias de salud, se podría optar por separarlos de la sociedad ocultándolos en un lugar secreto. Un eufemismo para no mencionar el abandono. De hecho, el sabio griego admiraba a los espartanos quienes arrojaban a los recién nacidos más débiles desde el monte Taigeto. Una prístina forma de eugenesia.

En definitiva, por todo eso, se puede afirmar que el pensamiento de Platón ha inspirado más a la izquierda política contemporánea que a otras opciones. La fórmula que eligen para resolver los grandes problemas colectivos es la intervención del Estado, hasta en los asuntos más cotidianos, y el establecimiento de rigurosas reglas. Eso sí, siempre dictadas por un grupo de filósofos-expertos, a quienes se presupone una mayor capacidad y conocimiento que el común de los mortales. Es la dirección planificada centralmente de los asuntos sociales. Además, con su ciudad ideal el ateniense describe una utopía muchos siglos antes que la de Moro. Esto es, un recurso retórico de poder prometer una situación inalcanzable que, sin embargo, marca un camino colectivo a seguir.

Con el tiempo, el propio Marx dejó escrito que el sistema capitalista era el “modelo” causante de la existencia del exceso de población, pues necesitaba alimentar un ejército industrial de parados de reserva, con la exclusiva finalidad de contener los salarios para mantener elevadas plusvalías. La utopía comunista permitiría la armonía y la justicia. Después, algunos de sus seguidores, de entre los que destacan los jerarcas chinos, impusieron la política del hijo único. En la India de los años de la guerra fría, siempre más próxima a la URSS aunque formalmente no alineada, se programó regalar transistores de radio, o certificados para tener ventajas en la adjudicación de viviendas, u otros regalos a los varones que se sometieron a una operación “voluntaria” de vasectomía. La realidad es que muchas fueron forzadas para cumplir con los cupos establecidos, en especial entre las capas sociales más bajas del mundo rural. Indira Gandhi y su hijo Sanjay Gandhi pertenecían a la corriente de tendencia más izquierdista dentro del Partido del Congreso.

Así mismo, también es poco recordado que, durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, hasta después del ascenso de Hitler al poder, los sectores más izquierdistas fueron partidarios de la planificación racional de la salud colectiva, esto es, de la eugenesia. Como suele ocurrir, algunos conservadores también sintieron la deducción del supuesto progresismo. 

Los influyentes socialistas fabianos -fundadores del partido laborista británico- constituyen un claro ejemplo entre muchos otros, incluido el mismísimo John Maynar Keynes, fundador de la Sociedad Eugenésica de Cambridge. Todos ellos argumentaban que ejerciendo control planificado de la población conseguirían reducir la pobreza, la delincuencia, y por supuesto, la enfermedad hereditaria. En cierta forma era un nuevo intento de cambiar el “modelo” capitalista de libre empresa. 

En definitiva, personalmente no lo puedo evitar, pero cuando oigo hablar de controlar la demografía o de frenar el crecimiento poblacional desde un poder político capaz de cambiar “modelos”, siempre tiendo a pensar en Platón. Y con él en su influencia en algunas de las peores propuestas progresistas. Muchas de ellas tan poco acertadas que incluso sus propios herederos ideológicos se han encargado de que no se guarde memoria de las mismas. Por supuesto, no creo que ahora nadie, en ninguno de los lados del espectro político, sea partidario de tales prácticas, pero me parece oportuno no olvidarlas.

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