Recuerdo a mi profesor de filosofía en el colegio insistir sobre la necesidad de aprender a pensar. Que aprendiéramos a pensar por nosotros mismos. Que eso era lo verdaderamente importante. Es un buen recuerdo. ¿Qué significa aprender a pensar? ¿Qué quería decirnos con que aprendiéramos a pensar? Supongo que muchas cosas. Lo suyo sería traerme aquí a mi querido profesor y que nos explicara qué quería decirnos entonces en nuestros diecisiete años con que teníamos que aprender a pensar. En nuestro mundo de hoy, me parece una provocación, un desafío. Pues bien, me atrevo a decir que aprender a pensar implica, en primer término, darse cuenta que las ideas estructuran nuestro mundo. Algunas están tan profundamente arraigadas en nosotros que las damos por supuestas, no somos capaces de percibirlas. Pero ahí están, dando forma. Es el agua del que hablaba Foster Wallace en su famoso discurso. Por aquí he nombrado otras, por ejemplo, el “progreso” (o debería mejor escribir, la idea del progreso, la fe en el futuro siempre mejor). Cuando uno es capaz de identificar esas ideas, segundo término, desde luego ya está pensando. Si ya lo puedo nombrar lo entiendo. Si lo entiendo (y aquí sí que estoy pensando, profesor) soy capaz de gestionar sus implicaciones, su contenido. Trabajar desde, en y con ellas. Despliego un análisis en base a mis valores (aquí hay más pensamiento, esto se complica) sobre esas ideas. Y actúo. Esa sería la tercera parte. Pero todo esto implica un esfuerzo, una preparación para el pensamiento. Todo esto requiere tiempo, requiere espacio, requiere atención, requiere ensimismamiento. Hay que leer. Y ahora vamos cortos de tiempo, no tenemos espacio, nos sentimos dispersos.
Uno de los problemas que nos trae esta nueva era de la IA es la facilitación. Muy pronto las búsquedas en la web dejarán de ofrecernos el listado de enlaces. La IA nos mostrará un texto, un resumen, la respuesta a nuestra búsqueda. Ya ni siquiera tienes que molestarte en leer las páginas, en valorar, en cribar el contenido. Esa inmediatez, solución en milisegundos, nos sustrae la capacidad de hacerlo por nosotros mismos. Y también todo lo que implica: ejercicio, acción, aprendizaje, enriquecimiento. Y esto tiene especial importancia en aquellos que deben aprender a pensar. Porque eso es precisamente lo que te permite confrontar con criterio lo que te escupe la máquina (también entender la idea que hay detrás de la máquina, esto es para nota, profesor). Y así, nos deslizamos por una peligrosa pendiente, donde la ignorancia es motivo de orgullo. Mecidos, agasajados e inermes ante lo que nos llega dado, de otro. Infoxicados. Esta realidad debilita nuestra libertad. Eric Sadin, en su sombrío “La vida espectral” lo escribe mucho mejor: “Ya lo hemos comprendido: la personalización algorítmica y pixelada de nuestra relación con el mundo acalla nuestro poder de acción, que depende del ejercicio de nuestro propio juicio y compromete nuestra conciencia y responsabilidad”. Necesitamos pensar, y pensar ya, donde y cómo necesitamos realmente la tecnología y dónde y cómo no.
Hace un año tuve la ocasión de impartir un taller a profesores de la Universidad. Una de las asistentes nos contaba como muchos de sus estudiantes preparaban su asignatura viendo videos de youtube. No me atreví a preguntar si aprobaban o no.




