¡Ponte en mis zapatos!

Aquellos que me conocen, saben que soy una fetichista de los zapatos, los tengo de todas las formas, colores y tamaños.

Como dice mi querido zapatero de la plaza de la Merçe, la clienta ideal para un zapatero, zapato con tacón de aguja y puntera delantera, que desgasta los zapatos y los repara sin parar.

Los zapatos para mi es una parte importantísima de mi atuendo e incluso, me atrevería a asegurar, son una prolongación de mi propia personalidad.

Sin unos buenos zapatos de piel, me encuentro desnuda, sin saber muy bien como moverme, es como si me faltara algo de mi personalidad, una parte que define mi forma de andar en el mundo y de situarme en él.

Todos tenemos ese algo que nos hace diferentes, que es característico de nosotros y aquellos que me conocen saben que en mi caso son los zapatos y mi Mademoiselle Chanel, ese aroma que me caracteriza y siempre me acompaña.

Dos vicios que me hacen sentirme en mi propia piel y segura de mi misma.

También es muy sabido que los zapatos nunca se pueden prestar, puesto que, aun teniendo el mismo número, cada pie es distinto y crea formas en el mismo, haciendo de él una pieza única.

Pero me he encontrado con muchas personas que no les dan importancia a los zapatos, los llevan sucios y desarreglados, como si fueran algo superfluo para ellos y sin la menor importancia y curiosamente esas personas, no terminan de encontrar el camino que debían de recorrer en sus vidas.

Durante mucho tiempo yo busqué la horma de mi zapato perfecta, cambié el estilo, de marca y recorrí el mundo buscando esos zapatos perfectos para mis pies, hasta que me di cuenta, que había encontrado el estilo exacto que me hacía sentirme como en casa y entonces paré la búsqueda, me asenté y paré de viajar.

Entonces descubrí que la vida es como los zapatos, todos hablamos sin parar, opinamos, pero no seríamos capaces de ponernos en los zapatos de otro para saber lo que realmente hay detrás de su alma.

Somos jueces y parte, pensamos saber más que los demás y nos atrevemos a opinar sobre las vidas ajenas, incluso aconsejamos sin habernos calzado esos zapatos, sin ponernos en su piel y sin sentir lo que la otra persona siente.

Y ahora más que nunca juzgamos, censuramos y criticamos lo que hacen los demás, políticos, dirigentes, empresarios, intentando de esa forma encontrar soluciones a cuestiones difíciles de resolver.

Ahora más que nunca deberíamos aprender a no hacerlo, a ponernos en los zapatos de los demás para saber como sería ser esa persona, vivir como vive y sentir lo que siente.

De esta forma, estoy convencida, aprenderíamos a caminar la vida de otra forma, tal vez más coherentemente y encontrando soluciones a problemas que ahora se nos hacen grandes y de difícil solución.

Les aconsejo que vayan a sus armarios, miren sus zapatos, los arreglen y piensen, ¿realmente sería tan fácil ser y estar en la piel del otro, podría yo arreglar el problema del coronavirus, del paro, de la pobreza en el mundo?
Les invito, queridos lectores, a hacer la prueba y descubrir si su armario está lleno de buenos zapatos, o tal vez, tienen que tirar muchos de ellos y arreglar otros tantos.

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