Es de todos sobradamente conocido, que nuestros amados vecinos italianos desvían y subliman sus habituales quejas de tipo general hacia el gobierno correspondiente. Así, cuando se hallan festejando una boda al aire libre y unas nubes perturbadoras desabrochan sus algodones dejando un chaparrón substancial, los invitados, mirando al cielo y con su pulgar sosteniendo los otros cuatro dedos en un claro movimiento impulsivo y reiterativo, sueltan la frase sagrada: ¡Porco Governo!
En la España actual -esta España que antes era de pandereta y tablao y hoy en día es más de Instagram o Twitter- la sentencia italiana carecería de sentido; no se puede cagar uno en el gobierno cuando algo le sale mal simplemente porque no hay gobierno. En estos momentos, lo propio sería mantener aquella vieja frase taurina que procede de una crónica sobre una determinada corrida publicada en un periódico. El titular rezaba: “DIVISIÓN DE OPINIONES”; y seguía: “el diestro malagueño Juan Manuel Valverde en su actuación de esta tarde y como valoración de su faena ha recibido del público del coso de Ronda una clara división de opiniones: unos se han cagado en su padre y los otros en su madre”.
A un servidor, el circo político que se está viviendo en el país, sobre todo durante este estío africano, no me parece para nada deprimente. Al contrario: la situación parlamentaria ofrece una cantidad ingente de humor que refresca, en gran manera, el ambiente meteorológico reinante. No sé qué hubiera hecho yo este verano sin las cuitas de los mandamases de la política de partidos. El que subscribe, leyendo los periódicos, escuchando la radio o viendo la televisión, se parte de la risa y olvida, por un rato largo, a los lenguaraces diputados, representantes del Pueblo Llano, mientras ejercen el ridículo de manera magistral en el tópico hemiciclo, sea en la tribuna de oradores (¿oradores?), sea en sus escaños de propiedad temporal, es decir, de alquiler (pagado, eso sí, con nuestro humilde dinero blanco).
Nunca de los nuncas hubiera podido imaginar el colosal Gila que, unos años después de su fallecimento, aparecerían en escena unos monologuistas de tan alto voltaje. Los discursos de los Marianos, del esclavo de Susanita Díaz, del coleta violeta o del mismísimo Rivera, reencarnado de requeté neoliberal, son una palpable demostración de que España va bien. ¿Cómo bien?: ¡de puta madre! Sus peroratas son el descojone universal y el contenido de las mismas dista muy poquito de las grandes intervenciones de la época de la Ilustración. Se les ve coraje para conducir las riendas del Estado; rezuman ilusión e inteligencia e imprimen una gran capacidad de discernimiento intelectual.
Hay quien pide a gritos que se les releve para desbloquear la situación: ¡Noor! Hay que mantenerlos a toda costa; no nos podemos, de ninguna manera, perder a esa camarilla de superdotados y substituirlos por cabezas pensantes, cerebros grises, inteligencias preclaras u hombres de Estado con el seso encima de los hombros. Yo mismo, si estoy en un cine disfrutando de una película de risa tonta, no permitiría que me cambiaran al protagonista.
Seré claro: hay que seguir montando elecciones, unas tras otras, ordenadamente, porque es el único sistema para que repitan y no se marchen a la empresa privada y nos priven -acéptenme la redundancia, por favor- del gozo sobrenatural que representa verlos y escucharlos diariamente en sus fabulosas intervenciones.
Pido a la Virgen del Amor Hermoso que el PSOE, por ejemplo, siga negándose a todo; sabe perfectamente lo que hace.
¡Aúpa Pedrito!





