Presidente Feijóo, candidato Sánchez

Ha bastado un ‘cara a cara’ entre los dos principales candidatos a presidir el Gobierno de España tras las elecciones del 23J para desmontar el ‘mito’ del soberbio Sánchez. El líder del PSOE y todavía presidente se las prometía muy felices, confiado en una superioridad indemostrada ante su rival en este tipo de debates. Tal era la seguridad que tenía en sus posibilidades y, sobre todo, el ninguneo casi insultante al líder del PP, que quería debatir una vez por semana con Feijóo. Como el ‘macarra’ del barrio, su estrategia era incitar al ‘débil Feijóo a medir sus fuerzas, eso sí, dialécticas. “Luchemos, a ver quién es más fuerte”, pedía una y otra vez el arrogante Sánchez, espoleado por sus fieles pandilleros. “En Democracia hay que debatir”, insistía el todavía presidente, ufano de sus dotes como parlamentario.

Por fortuna para Sánchez, no habrá más ‘cara a cara’ en esta campaña. El gallito del barrio político ha tenido suficiente con una ‘pelea’ para recibir una buena tunda del ‘débil’ Feijóo. Hasta los suyos han tenido que reconocer que nada salió como estaba previsto y que mejor reorientar lo que queda de campaña por otros derroteros. El debate se anunciaba entre el presidente Sánchez y el candidato Feijóo, pero la realidad es que el desarrollo del mismo volteó la percepción de los protagonistas desde el minuto uno y todos los españoles acabamos viendo en la pantalla al candidato Sánchez y al ‘presidente’ Feijóo.

El líder del PP ganó la batalla dialéctica, argumental y gestual en un debate tenso, bien conducido por los moderadores. Sánchez menospreció a su rival y lo pagó caro. Feijóo exhibió en todo momento el control de la situación, manejando los tiempos del debate y marcando el discurrir del mismo. Utilizando el argot futbolístico, se jugó a lo que él quiso. Se le notó cómodo en todo momento, exhibiendo credibilidad y madurez política, sin grandes aspavientos, trasladando confianza y finos toques de ironía ‘gallega’, para aderezar sus intervenciones ante los ataques deslavazados de su rival.

Todo lo contrario que Sánchez. El todavía presidente evidenció un nerviosismo impropio de alguien que se supone con ventaja. Incluso antes de iniciarse el debate, en los instantes previos, sus gestos denotaban cierta inseguridad. Mientras Feijóo ya estaba sentado, Sánchez daba vueltas de pie en el plató, como si todavía estuviera ordenando sus ideas. Desde el primer minuto, Sánchez se dio cuenta que no iba a ser tan fácil como se las prometía y ni siquiera en el bloque más favorable para sus intereses -el de la igualdad y los derechos sociales- fue capaz de elevarse sobre su rival. Tampoco le funcionó la estrategia premeditada de interrumpir constantemente a su rival y hablar por lo bajini. Sánchez acabó desencajado y derrotado.

La historia dice que estos debates no suelen afectar en demasía a la intención de voto de los ciudadanos y que su influencia es más bien escasa en el resultado final, pero tengo la impresión de que, en esta ocasión, el ‘vis a vis’ entre Sánchez y Feijóo, aunque haya sido el menos visto de la historia, tendrá más influencia que nunca, porque sirvió para que muchos conocieran de verdad al líder del PP, pero, sobre todo, mostró a un Sánchez débil, acorralado por sus mentiras y sus incongruencias políticas. Y la debilidad, en política, es sinónimo de muerte.

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