Alguien se está tomando muy en serio la labor de amordazar las voces críticas. Últimamente no cejan los empeños en silenciar a la disidencia. Ya nos estamos acostumbrando peligrosamente a los anuncios gubernamentales de recortes de la libertad de expresión y su derivada libertad de imprenta, a la que actualmente debemos referirnos como libertad de prensa por la desvinculación habida entre la divulgación de las ideas y el invento de Gutenberg. La libertad de prensa llevaba años cercenada por una diabólica dimámica de dependencia, casi absoluta, de los medios de comunicación tradicionales a los fondos públicos. Ya fuese por medio de publicidad o subvención directa, la prensa, en sentido amplio, venía obligada a una cierta sintonía con el poder político para mantener los elevados costes de sus estructuras.
De un tiempo a esta parte vinieron apareciendo, a través de Internet, plataformas diversas de periodismo digital y el invento llegó a diseminarse hasta los micro-blogs personales que permiten, con la notable limitación de 140 caracteres, a todo hijo de vecino difundir al mundo entero lo que le venga en gana. Cierto que no se debe confundir periodismo con expresión personal de pensamientos breves o, en demasiados casos, cortos. En todo caso, es preciso recordar que los límites legales a la difusión de ideas u opiniones llevan años rigiendo y, en teoría, no bebería ser necesario adaptar la norma a cada nuevo medio de propagación. No obstante, esta semana parece que el Gobierno ha percibido como conveniente la necesidad de limitar la libertad de expresión de forma específica en las redes sociales.
Con tanta limitación de libertad, recorte de derechos, ajustes de acceso a la Justicia (verbigracia de las tasas judiciales) y de control de las ideas legítimas, por muy molestas que puedan resultar al poder, uno llega a preguntarse si en los últimos cuarenta años no habremos hecho más que un gran giro de 360 grados.
si en los últimos cuarenta años no habremos hecho más que un gran giro de 360 grados.





