Permítanme parafrasear la frase más brillante que habrá pronunciado Kirk Douglas como actor. En “Senderos de Gloria” Douglas se refiere al patriotismo como el último refugio de los canallas. A la vista está que debe extenderse dicho refugio a la religión.
No quiere decirse con esto que cualquiera que pueda sentirse un patriota de un sitio u otro o cualquiera que sienta una determinada fe deba ser considerado un canalla. En absoluto.
Comportamientos admirables tienen su motivación en la fe, o en compromisos que superan el individualismo. Sin embargo, junto a esos héroes cotidianos, o simplemente junto a personas bienintencionadas, parasitan miserables que contagian de podredumbre cualquier cosa que tocan con sus sucias manos.
La masacre de más de 500 niños palestinos en la franja de Gaza a manos del ejército israelí, por no hablar de los centenares de niños heridos y los miles que quedarán traumatizados de por vida, es justificada por los voceros habituales en términos religiosos.
Fundamentalmente se argumenta que quienes criticamos dicha masacre lo hacemos porque tenemos una animadversión profunda y secular por el pueblo judío.
Nada más falso ni más mezquino. A mi la religión judía me resulta tan respetable como indiferente, y le reconozco al pueblo judío la injusticia de haber sido un pueblo perseguido desde tiempo inmemorial, además de haber sido víctima de la mayor carnicería que pueda recordarse a manos del nazismo.
Cuando critico la actuación del Estado de Israel critico una acción llevada a cabo por un gobierno y un ejército concreto que, vulnerando cualquier tipo de norma y, desde luego, vulnerando el principio de legalidad, en lugar de perseguir a los terroristas y ponerlos a disposición judicial, deciden bombardear colegios de la ONU, casas y ciudades donde viven civiles indefensos y provocar más de 2.000 muertos en menos de dos meses. Israel no reconoce que Palestina sea un Estado, por lo que la población de Gaza, para Israel, es población israelí. Por tanto, debería aplicarles a los delincuentes, incluyendo a los terroristas, el Código Penal, y no aplicarles la técnica del asesinato de Estado en masa de población civil indefensa.
Y cuando critico esta actuación salvaje del gobierno de Israel les puedo asegurar que me importa un pimiento a qué divinidad recen los responsables. Son unos canallas quienes ordenan un bombardeo sobre un colegio sabiendo a ciencia cierta que provocarán la muerte de niños. Punto. Y son doblemente canallas quienes justifican dicha actuación en términos de fe, o quienes acusan a los que criticamos dicha actuación de ser perseguidores de judíos. Quizá habrá que recodar a algún ignorante que los judíos cobardemente exterminados por el régimen nazi no eran israelíes, sino alemanes, polacos, franceses, ucranianos, lituanos…
Merecen una crítica igual de rotunda los dirigentes criminales de Hamás. Detrás de una defensa a ultranza de una miserable interpretación de su fe, justificando la muerte y el asesinato de los “infieles”, utilizando a civiles como escudos humanos y adoctrinando niños para ser carne de cañón, existe única y exclusivamente un interés de hacerse con el poder dentro de un hipotética Palestina independiente. Para dicha carrera por el poder necesita debilitar a la más moderada Al-Fatah y hacerse con el control de Gaza (que ya lo tiene) y de Cisjordania.
En esta estrategia enloquecida su principal instrumento es atentar contra ciudadanos israelíes, esperando la desproporcionada reacción militar del Estado de Israel y sembrar el campo de muertos y heridos que favorezcan el extremismo de los supervivientes y la masiva captación de adeptos cada vez más fanatizados. El fanatismo de la desesperación. Su objetivo confeso no es otro que la desaparición de Israel, lo que ya indica sin género de duda lo elaborado de su programa político.
Con extremistas al frente de cada bando, con canallas que enarbolan la peor versión de la fe religiosa para tratar de justificar lo injustificable, los moderados que podrían hilvanar el fin del conflicto están arrinconados y marginados, fuera del tablero de juego.
Por desgracia, existen múltiples ejemplos de esta actitud canalla que se han colado en nuestra actualidad.
Tras 200.000 muertos y tres millones de desplazados que lo han perdido absolutamente todo, el conflicto sirio mantiene su brutal crudeza. Lo que parecía que iba a ser un movimiento revolucionario para democratizar Siria se ha convertido en una lucha sin cuartel entre lo que queda del régimen sirio y los descerebrados del grupo fundamentalista ISIS, que entrenan a sus hijos en la práctica de la decapitación. Eso sí, todo bien regado de palabrería religiosa y patriótica (se habla hasta de un califato) que justifique el baño de sangre.
La complejidad del conflicto es enorme, como enorme es la desidia que en estos años de guerra civil ha mantenido la comunidad internacional. Se desconoce exactamente qué cantidad de muertos (o quizás sea la calidad de los muertos) necesita la ONU para ordenar una actuación inmediata y contundente que ponga fin a todo esto.
El colmo del patrioterismo como refugio de miserables y asesinos es lo que está sucediendo en Ucrania.
Tras una sucia lucha política por el poder en Ucrania entre filo-europeos y filo-rusos, ahora resulta que la razón de vivir, la causa última que justifica la presencia en el planeta de miles de personas es conseguir o bien una Ucrania unida o bien la división de Ucrania.
Cómo no, tan puros y elevados sentimientos patrióticos deben defenderse a tiros, a sangre y fuego, derribando aviones cargados de pérfidos civiles holandeses y bombardeando a los civiles.
Mientras tanto, Vladimir Putin, tan caribeño y alegre como siempre, muestra la cara más pétrea del fascismo reciente y hace alarde de su poder. Enfrente, una Europa ridícula.
Sin embargo, la OTAN ha reaccionado de forma fulminante, enviando dos cazas a Letonia. La distancia entre Letonia y Donetsk es de tan solo 1.700 km, casi la misma distancia que separa Barcelona de Berlín. Putin tiembla ante el desafío.
La política de hechos consumados tan apreciada por Hitler y Mussolini o por Stalin sigue favoreciendo los intereses de la Rusia del Zar Vladimir.
Sin embargo Ucrania es importante. No por el pueblo de Ucrania, que le importa un bledo a las grandes potencias, y como si se matan entre ellos hasta el fin de los días. Pero resulta que Rusia suministra gas a Europa del Este y Central, y Ucrania es el sitio de paso obligado. Y Rusia además es un gigantesco mercado para productos europeos.
Así que los canallas deberán ponerse de acuerdo en este punto porque aquí sí que hay algo importante en juego. El dinero, que vale más para esta chusma que nos maneja que cualquier cantidad imaginable de niños despanzurrados por las bombas. Eso sí, todos muy patriotas y muy beatíficos. Casi místicos en su desvergüenza.