Ni arrastrándose por el cieno hasta anegarse ha conseguido Pedro Sánchez que los siete diputados de Junts dieran apoyo a su camaleónica Ley de Amnistía, que empezó tratando de librar a Carles Puigdemont de los delitos que todavía no había derogado su Gobierno -por ejemplo, los de corrupción- y ha terminado incluyendo delitos de terrorismo que, supuestamente, no acarreen vulneración de derechos fundamentales, como si tal oxímoron existiera.
Ahora que la judicatura investiga por alta traición -el más miserable de los delitos que un español puede cometer- al entorno de Puigdemont, éste, que no pasará a historia precisamente por su arrojo y gallardía, exige que se le exima de cualquier cuenta que la Justicia pudiera tener en su contra. Sea la que sea, aunque hubiera matado a Manolete. Sánchez está dispuesto a ello, sin duda, porque sus posaderas lo valen, pero sabe que Europa no tragará y que muchos de sus votantes comienzan a desertar de sus repetidas y ya cansinas mentiras, reídas solo por sus hooligans de cabecera, como Francina Armengol.
La votación de ayer -179 votos en contra de la Ley- supone la enésima humillación del PSOE ante sus socios parlamentarios y el más lacerante ridículo que Pedro Sánchez haya protagonizado y hecho pagar a los ciudadanos de este país.
Si queda un gramo de dignidad dentro del Partido Socialista -y lo dudo cada vez más- tendría que alzarse contra esta ignominia y decir que basta ya. Pero, sorprendentemente, incluso personas de fuste y talla intelectual del entorno de la izquierda parecen estar dispuestas a tragarse esta rueda de molino y las que hagan falta con tal de conservar el puesto, o incluso únicamente con tal de que gobierne el PSOE al coste que sea preciso. Y eso incluye, si llega el caso, el bendecir los lazos del independentismo catalán con Putin y su dictadura neocomunista, enemiga declarada de la Unión Europea y de la OTAN.
Sánchez comienza a estar acabado como político y su crédito está desde hace tiempo en números rojos. Y él, pese a su perpetua representación teatral, lo sabe bien. Lo único preocupante es cuánta miseria moral más hace falta que soportemos los españoles hasta llegar a ese ansiado día en que sea descabalgado del poder y nos gobierne alguien, mejor o peor, de derecha o izquierda, pero digno.