La sucesión frenética de acontecimientos, que han ocupado las portadas de todos los medios de comunicación estas semanas, produce vértigo y desazón. En menos de un mes, se han tambaleado los criterios y el resultado con el que edificamos la transición y parece anacrónico el renacido espíritu reformista que evocamos tras la muerte de Adolfo Suárez. De entonces ahora, nos parece que se ha abierto la veda del disparate mayor o la boutade más antológica, porque el revisionismo se ha extendido como una pandemia y no deja a nadie inmune. Bien está que de vez en cuando se rompa la inercia y se nos zarandee para evitar el somnífero conformismo que acompaña el estado de bienestar, pero hemos pasado en sólo unos días de la catatonia al paroxismo.
La democracia representativa, el papel del clero, la jefatura del estado, el lenguaje político, la lealtad institucional, el orden público, la legitimidad de los partidos, el negocio de la banca, las instituciones de la Unión Europea, el presidente de las Naciones Unidas, la alternancia en el poder, las candidaturas y los programas electorales, la Copa del Mundo, los conflictos étnicos, las fuentes de energía, el transporte de pasajeros o la ecuanimidad de la justicia han sido asaltados por debates bizantinos, para delirio de exaltados y confusión entre la perpleja ciudadanía. Dejando al margen los que zarandean el nogal y quienes recogen las nueces, el agit prop ha logrado que un sinfín de personas, que hasta hace unos días creían que su problema principal era el paro, ahora ya no saben a quién echarle la culpa de este infierno. El efecto pendular se repite como un rosario y volvemos a dejarnos convencer de que la felicidad está en un lugar diferente al que nosotros ocupamos, aunque no sepamos ni dónde encontrarla, ni si alguien la ha conocido.
Si este es el punto al que hemos llegado, tras años de desconcierto e impotencia, bienvenidos sean los que nos reconduzcan sin estridencias a un destino más confortable y seguro. Lo que asusta es que estemos viviendo el principio de un caos en el que lo único que sepamos es lo que no le va bien a una ruidosa minoría y que la pasividad de la mayoría silente nos condene a todos al embarque con una compañía low cost, rumbo hacia ninguna parte.
Nada es perfecto y, en consecuencia, todo es mejorable. Así pues, sigue siendo vigente y recomendable abordar con serenidad las reflexiones que sean precisas para adaptar nuestro sistema de convivencia a los tiempos que corren, pero respetando las reglas del juego y sin precipitarse. Nunca se deben abordar en caliente los temas que van a ser conservados en frío, para superar el paso del tiempo.
Tras millones de años de experiencia, hasta la naturaleza podría ser más amable con sus integrantes, en cada uno de los diferentes hábitat y roles que ocupamos; pero es el resultado de muchos errores acumulados el que permite tener el menos malo de los entornos posibles y conviene ser prudente con los atajos y la manipulación, porque el ecosistema puede alterarse abruptamente y poner en peligro su viabilidad cuando ignoramos que ciertos experimentos se deben reservar para jugar con el Cheminova.