Esta semana me dirijo a ustedes en primera persona como una usuaria más de un vehículo de cuatro ruedas con sus consecuentes problemas. Aunque desgraciadamente, somos muchas las víctimas de graves delitos cometidos por terceros que se esconden en el anonimato y, por tanto, los culpables no se preocupan de los daños ocasionados a nuestros autos. Sin ir más lejos, la mañana del pasado lunes, una amiga encontró una gran abolladura en uno de los laterales de su coche, que la noche anterior había dejado perfectamente aparcado en la calle, y una notita prendida del parabrisas, que decía que después de provocar un ruido ensordecedor, el conductor de una furgoneta de color azul marino se dio a la fuga, sin que aquella alma caritativa tuviera tiempo de ver ni la marca ni la matrícula completa.
¡He aquí la cuestión! ¿Quién se hace responsable del coste de la reparación del vehículo? Desde luego, el culpable no. ¿El propietario? ¿La aseguradora? A partir de aquí puede empezar una indeseable odisea como la que me ocurrió a mí.
Una tarde de mediados de mayo iba conduciendo tranquilamente hacia mi casa y de pronto de una calle perpendicular salió un Ford que se empotró contra la puerta derecha y rueda de la parte del copiloto. Al bajar de nuestros respectivos coches, el causante del siniestro se disculpó y me dijo que no había mirado hacia su izquierda. A simple vista, una ligera hendidura era todo el daño acontecido y con la ayuda de un controlador del “Servei ORA” como testigo presencial iniciamos el trámite amistosamente. El nombre del tomador del seguro no coincidía con el nombre del conductor, lo cual reconoció, y el periodo asegurado del coche ya había caducado pero me juró y perjuró que todo estaba al día, aportando todos los datos necesarios. La sorpresa fue que al coger de nuevo el coche, la dirección no se recuperó y se encendió el piloto testigo del control electrónico de estabilidad. Enseguida llamé a mi aseguradora y di parte de lo sucedido y también a la grúa que se llevó el coche al taller del concesionario donde lo había comprado porque aún teniendo el vehículo asegurado a todo riesgo sólo me concedían un vehículo de cortesía si lo llevaba a un único taller que hay en Son Castelló que colabora con la aseguradora. Por suerte, en el taller, una buena persona al ver que habían pasado quince días y todavía no habían empezado a reparar el coche me concedió uno de sustitución. El motivo era que el vehículo que colisionó con el mío no estaba asegurado y así me lo confirmó la Policía Nacional cuando fui a presentar la denuncia que no cursé al no poder resolver el engaño y el perjuicio causados. Para agilizar el proceso quedamos con el taller que yo abonaría la franquicia y ellos en contacto con mi seguro arreglarían el coche, pero de nuevo surgieron las pegas. Necesitaban una autorización firmada del testigo presencial del siniestro, la primera presentada no fue admitida porque la querían de su puño y letra, y tuve que buscar y molestar por segunda vez al agente de la “ORA”, al cual estaré eternamente agradecida por su colaboración.
El mes de agosto contactó conmigo el Consorcio de Compensación de Seguros para abonarme la franquicia y también los desperfectos del coche que me había sido entregado al cabo de un mes del suceso. Les indiqué que según el taller, mi seguro había pagado el total de la reparación, pero según ellos mi aseguradora no había pagado nada. Lo relacioné con una anterior llamada donde ponían en tela de juicio con un tono nada conciliador, el tipo de seguro que yo tenía contratado con ellos. Finalmente, después de tres largos meses, dejé que el Consorcio aclarará con ellos este embrollo y me devolviera a mí el dinero de la franquicia.
Ha sido una experiencia la que me vi involucrada sin comerlo ni beberlo y de la que solo he salido perjudicada. Tuve que hacer numerosas llamadas a teléfonos de alto coste (902), desplazarme al taller varias veces, coger transportes públicos y privados para ir a trabajar, al médico,… ¿Quién me pagará el dinero y el tiempo invertido? Y para colmo, la cuota anual del seguro que no he podido cambiar debido a que el plazo se había renovado automáticamente cuando todavía se estaba reparando, se ha incrementado bastante por tener un siniestro a mi cargo.
¡Asegúrense de ir seguros por la vida porque la seguridad da tranquilidad! Ja, ja, ja… ¡Cómo me río! Y el culpable de rositas…